Por K. A. Rodríguez
Para Carlos Rutilo:
un aleteo de colibrí al corazón
Para Ana Rodríguez:
mi acompañante en esta aventura
llamada Puebla
Para Bere y Pepe:
grandes amistades
que mi corazón resguarda
1.
Domingo 13 de abril de 2025
7:01 pm
Romeo me manda mensaje:
“Murió Llosa”
Como una sentencia esperada, pero no para ese momento de la noche, quedo incrédulo esperando a que sea una fake news. Más por haber pasado no más de dos semanas de su último cumpleaños. El País, portal donde Varguitas solía publicar su trabajo, había dedicado en su octogésimo noveno cumpleaños un artículo[1] rememorando su vida en Lima. Una fotografía destaca lo siguiente: el memorable bar La catedral con un joven Mario Vargas Llosa en los años sesenta y un destartalado edificio con un cansado Mario Vargas Llosa, pero de pie.
Mientras scrolleo, me voy llenando de noticias de todos los portales de noticias. No hay nada que pueda cambiar su muerte:
“el boom latinoamericano ha muerto”
En algún punto de las 8 pm
Veo un post de Ruti, anexando la conferencia del Programa de Literatura de América Latina:
“Hoy se apagó la luz del último sobreviviente del boom latinoamericano […] En aquel tiempo era un estudiante de Letras Hispánicas que le encantaba ir a ese tipo de eventos, no me importaba la distancia, ni los recursos […] yo era feliz escuchándolo y aprendiendo de los autores que admiraba mucho […]”
Reconozco que cuando me obsesiono con un autor, hago todo lo posible por tener todo de él: libros, fotografías, estudios críticos. Varguitas fue el primero de los autores que me empeñé en coleccionar su corpus. Hasta me hice de ediciones viejitas que Martín vendía afuera de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL, como la emblemática edición de Conversación en La Catedral por la editorial Seix Barral.
Yo también fui feliz en ese entonces…
Ahora, quién sabe.
10:11 pm
Aldahir también me manda mensaje, como un pésame de algún familiar lejano.
Bromeamos por un momento sobre que ‘Gabo’ lo recibirá en la otra vida para seguirse partiendo la madre. Hasta nos dimos tiempo de recordar nuestras pláticas en los corredores de la facultad, presumiendo ediciones antiguas de libros como Julio Verne, Víctor Hugo, entre otros. Yo, como mono circense, repetía lo que Varguitas había dicho en su entrevista de A fondo, de que recomendaba leer a Gustave Flaubert o Víctor Hugo si uno quería ser narrador.
Cómo quisiese haber seguido su consejo…
II.
Preparatoria, 2014
Armando Cordero, profesor de literatura en ese tiempo, fue el primero que me introdujo a su obra como parte de su clase. Fue ahí donde Pantaleón y las visitadoras, editado por Punto de Lectura con su despampanante cuadro,[2] llegó a mis manos. Las trivialidades de Pantaleón Pantoja, con su famoso Servicio de Visitadoras para Guarniciones, Puestos de Frontera y Afines (SVGPFA) me dejaron cautivados desde un inicio. Fue en este libro donde el lenguaje escatológico no sólo se apoderó de mí por las tantas risas que me provocaban los informes, como aquel fechado el 12 de agosto de 1956, plagado de fórmulas y terminología de los tugurios, sino también contemplé el universo poético de Varguitas que mantendría en la gran mayoría de sus obras.
En efecto, Varguitas siempre tuvo ese ‘vicio de escribir’, tal como bien lo califica J.J. Armas Marcelo, desde sus inicios literarios con Los jefes/Los cachorros, La casa verde o Conversación en La Catedral con tal de mostrar el mundo violento a través de la cotidianidad del Perú del siglo XX. Si bien ediciones críticas han rastreado esos marcadores biográficos en su corpus, tales como sus anécdotas viviendo en el distrito de Miraflores o sus días de estudiante en el Colegio Militar Leoncio Prado, vale la pena resaltar su interés político en su literatura. Esto último lo llegué a presenciar en La ciudad y los perros, libro siguiente que leí en mis años juveniles como producto de un intercambio. Las desventuras del Poeta y el Esclavo dejan entrever en el colegio la deshumanización en Latinoamérica al militarizarse las infancias, al grado de exhibirse el lado oscuro de los cadetes, al muy estilo de El señor de las moscas de William Golding.
Maldito Jaguar, aún sigo llorando la ausencia del Esclavo…
Licenciatura, 2019
Esta época me marcó por haber conocido grandes amistades, así como hacerme de mi acervo de Vargas Llosa gracias a los libros que le compraba a Martín. En mi primer librero, a lado de las ediciones de Julio Verne distribuidos por RBA, había un espacio destinado para su obra. Los tenía clasificados por editorial, tamaño y año de publicación:

Como parte de mis lecturas, le pedí a Romeo que me prestara Travesuras de la niña mala, una novela que me impresionó por la forma de entretejer el romance entre Ricardo Somocurcio y Lily, la chilenita. Siento que, en ese periodo, me aferraba en leer a Varguitas porque aún sentía esa forma suya de escribir, de yuxtaponer los tiempos de los personajes y darse sus libertades al tratar de política o experimentar nuevas formas que la escritura misma podría llegar a ofrecer.
También recuerdo que a finales de noviembre, Vargas Llosa acudiría a la Feria Internacional de Libro como parte de la presentación de Tiempos recios, obra experimental que trataba el golpe militar en Guatemala a mediados del siglo anterior. Reconozco que desde mi punto de vista, ese intento de la novela de imitar a Conversación en La catedral o La fiesta del Chivo me motivó a no continuar su lectura, pero que el viaje a Guadalajara me daría la oportunidad de conocer a Varguitas y obtener posiblemente su firma.
No fue gracias a Ruti que dimos con el hotel donde estuvo hospedado el galardonado con el Premio Nobel de Literatura 2010. Esa noche experimenté cómo mis nervios pesaban, más que la mochila que llevaba quién sabe cuántos libros. Hasta evitaba la mirada de los huéspedes en el lobby para no llamar la atención de los guardias. Lo que sí es que mis manos sudorosas sostenían la pluma y el libro que quería que me firmara en espera de su llegada. En el primer momento en que se escuchó que el elevador había llegado a la planta baja, Ruti y yo nos fuimos acercando, hasta que las puertas revelaron la figura del escritor, siendo sostenida con un elegante bastón. Al acercarnos sutilmente, Ruti le dio a firmar [creo] Pantaleón y las visitadoras, mientras que yo le entregué Tiempos recios.
No puedo olvidar cómo mi pluma azul se resistió en escribir la emblemática firma de Varguitas…
Esos días tan sólo son ahora un pasaje que las letras intentan proyectar.
Su firma también.
Varguitas también.
Hasta la pluma que no quiso escribir también, porque como un karma terminé perdiendo el libro que me había firmado.
III.
Presente
Varguitas fue mi vida juvenil y universitaria.
Fue parte de ese impulso para adentrarme a las letras y querer conocerlo todo.
Pero quizás no fue tan sólo mía, sino quizás de muchos más.
Por eso no debe quedarse con el simple título de “el último del boom”, ya que su trabajo tiene que mantenerse vigente en las librerías y en discusiones tanto dentro como fuera de la academia. Especialmente porque su obra marcó la literatura hispanoamericana con sus novelas y ensayos que oscilaban entre lo histórico, lo autoficcional y lo político.
Sí, habrá tenido sus tropiezos en vida, como su derrota con Alberto Fujimori para la Presidencia del Perú —acontecimiento registrado en su autobiografía El pez en el agua (1993)— o su opinión de derecha reflejada en sus últimos libros de ensayos como La civilización del espectáculo (2012) o La llamada de la tribu (2018). Pero es un hecho que Varguitas supo crear tanto una ficción del poder a través del poder de la ficción, tal como lo argumenta Ricardo Cayuela Gally en su estudio crítico al autor.[3]
Por algo merece no quedarse en el empolvado olvido bibliográfico…
Jorge Mario Pedro Vargas Llosa pasó de ser un miraflorino criado en Cochabamba a ser el escribidor de Perú e Hispanoamérica.
Por eso y muchos más, que sus letras sigan ardiendo más allá de su partida.
[1] Para más información, consúltese el artículo “Mario Vargas Llosa celebra 89 años al fuego de la literatura” de Renzo Gómez Vega.
[2] Recordemos que la primera propuesta de Seix Barral contenía el cuadro Mono desnudo de Carlos Mensa, del cual fue censurado por la editorial. J.J. Armas Marcelo calificó la obra de Mensa en Vargas Llosa. El vicio de escribir (Debolsillo, 2010) como un poema brutal debido a que “era toda una provocación antimilitarista usarla como sobrecubierta de Pantaleón y las visitadoras” (332).
[3] Para más información, consúltese Para entender. Mario Vargas Llosa (Nostra Ediciones, 2008).
Referencias consultadas
Armas Marcelo, J.J. Vargas Llosa: el vicio de escribir. México: Debolsillo, 2010. Impreso.
Cayuela Gally, Ricardo. Para entender. Mario Vargas Llosa. México: Nostra ediciones, 2008. Impreso.
Gómez Vega, Renzo. “Mario Vargas Llosa celebra 89 años entregados al fuego de la literatura”. El país, 28 de marzo 2025, https://elpais.com/america/2025-03-28/mario-vargas-llosa-celebra-89-anos-entregados-al-fuego-de-la-literatura.html
K. A. Rodríguez (1997)
Kevin Adán Rodríguez Gurrola, nacido en Durango, Dgo, es Licenciado en Letras Hispánicas por parte de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL). Ex becario del Centro de Estudios Humanísticos (CEH-UANL). Cuenta con la publicación La construcción carcelaria en tres personajes femeninos de José Revueltas (2020), anexada en la antología Las Humanidades en la Sociedad Superinteligente. Alternativas para el futuro (FFyL-UANL), así como su colaboración como editor en Cartones de Madrid. Una lectura crítica de Alfonso Reyes (2019) (FFyL-UANL) y Navegantes. Revista sobre literatura infantil y juvenil (2023). Formó parte del Taller Generacional de Poesía 2017-2019 del Mtro. Eliseo Carranza Guerra. Ha publicado artículos en Revista Levadura, así como poemas en Revista Cacomixtle (BUAP). Actualmente es estudiante de la Maestría en Literatura Hispanoamericana en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP).