Por Luis Fidel Camacho Pérez
Cuando surgió la iniciativa para darle forma a la sección de historia de El Ventanillo, suplemento cultural de Interfolia –la revista de la Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria (CABU)–, se presentó la pregunta sobre cuál sería el nombre que llevaría. Más allá de asignarle un título genérico, pensé en la opción de darle uno que tuviera que ver con el noreste y su historia, así como con la propia biblioteca. Hablando sobre esto con mi amigo y compañero de trabajo en la Alfonsina, Óscar Rodríguez, sugirió llamarlo El útlimo lipán, pareciéndome una opción bastante acertada; pero, ¿por qué? Esto, por un lado, para honrar la memoria del historiador y archivista Jesús Ávila Ávila (1955-2021), quien se denominaba a sí mismo como el último lipán[1]; y también, para resaltar que “Chuy” solía pasar largas horas- hombre en la Sala de Historia de la biblioteca, investigando junto a su amigo el cronista e historiador Juan Ramón Garza Guajardo (otro histórico usuario de la biblioteca) y compartiendo el café que preparaba el otrora bibliotecario y también investigador Raúl Martínez Salazar.
Casi a diario y bajo el intenso sol de media tarde, el último de los lipanes hacía sus correrías desde su oficina en la sede del Archivo General del Estado de Nuevo León (AGENL) –ubicado en los bajos de la Macroplaza, en la calle Juan Ignacio Ramón–, hacia la Capilla Alfonsina en Ciudad Universitaria. De tal modo, que podías encontrar a Chuy consultando algún libro de historia, los informes de labores de los rectores, o el emblemático periódico Vida Universitaria. Ahí fue donde yo lo conocí, en el año 2013, mientras escribía el capítulo siete del libro Una Historia con Futuro 85 años de la UANL. Pude ver en sus apuntes el nombre del capítulo: De los Kellogg’s Boys a la Bata Blanca[2], donde escribió sobre la expansión y diversificación de la Universidad durante los rectorados de los doctores Luis Eugenio Todd Pérez (1973-1979) y Alfredo Piñeyro López (1979-1985), y también destacó el incremento de la matrícula, la disciplina de la comunidad estudiantil y el fomento deportivo.
Ávila que, aunque nació en Zacatecas, era un regiomontano de cepa, pues llegó a Monterrey a los dos años de edad y creció en la histórica Colonia Moderna, muy cerca del centro de la ciudad y de la Fundidora de Fierro y Acero. Ahí en la Moderna también nació su gusto por la historia, al escuchar las “interminables tertulias y veladas políticas”, que sostenían los clientes y amigos de sus hermanos –peluqueros de oficio- en la peluquería El Gol, de la calle Magnolia. En una “atmósfera cargada de humo” de tabaco, se debatía sobre Juárez y la Reforma, de los revolucionarios mexicanos – Francisco Villa y Emiliano Zapata-, así como de la entonces reciente Revolución Cubana; todo esto lo escuchaba –sin echar en saco roto- el pequeño Ávila, mientras barría el local o boleaba los zapatos de los parroquianos.
En ese mismo espacio de diálogo, también se dio su primer acercamiento con la ideología de izquierda, al escuchar en un antiguo radio la emisión de onda corta de un programa cubano, “Primer Territorio Libre de América Latina”, transmitido desde la capital de dicho país Radio Habana Cuba, así como sus primeras lecturas sacadas de la revista Siempre[3]. Ávila persiguió la utopía como estudiante de la Preparatoria 8, y participó activamente en la lucha estudiantil, por la democratización de la educación y por la autonomía de la Universidad de Nuevo León (UNL), durante los tempranos años setenta. Posteriormente –y como muchos otros de su generación–, pasó a militar en el Partido Comunista Mexicano lo que lo llevaría a visitar algunos de los países del bloque comunista. Todas estas experiencias de vida influyeron posteriormente en su producción historiográfica y en su labor como archivista. Jesús Ávila poseía ese misticismo de quien vivió la autonomía universitaria y conoció la Unión Soviética.
Como historiador, Chuy se formó profesionalmente dentro de las primeras generaciones de estudiantes del Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras. A decir de César Morado -amigo entrañable y de décadas de Chuy-, la historiografía de Ávila puede dividirse en tres líneas de investigación[4]: 1) historia de la Revolución mexicana de donde surgen las siguientes publicaciones: A cada cual lo suyo, sobre la Junta de Conciliación a principios de siglo XX; y Diccionario histórico y biográfico de la revolución mexicana; Lampazos en la revolución 1910-1920, el cual aparece en el segundo tomo del libro Apuntes para la historia de Lampazos.
En segunda instancia Ávila se preocupó por estudiar los aspectos sociales, políticos y militares del siglo XIX en la región noreste, por ejemplo, Entre la jara del salvaje y el rifle del extranjero, artículo publicado en el libro La Guerra México- Estados Unidos. Su impacto en Nuevo León, 1835-1848; otro capítulo que escribió en el mismo eje temático fue Juan Nepomuceno de la Garza Evia: un hombre de leyes en tiempos de armas, publicado en el libro Juan Nepomuceno de la Garza y Evia. Patriota ilustre; también destaca su investigación en torno a la figura de Santiago Vidaurri, en el libro Santiago Vidaurri la formación de un liderazgo regional desde Monterrey, donde colaboró con el texto En el reino de Catujanes.
Finalmente, su tercer interés historiográfico radicó en la historia de la educación. Podemos mencionar los siguientes artículos y capítulos de libros, como el emblemático texto “¡En manos libres, siempre libros! La rebelión contra el libro de texto gratuito, 1962”, que apareció en la revista de historia Actas de la Universidad Autónoma de Nuevo León. También escribió el libro 60 años de la Facultad de Agronomía de la UANL; y fue coautor en el libro 60 años de la Preparatoria número 2 de la UANL; asimismo, publicó Con el orgullo de ser preparatoria 8. Primeros 50 años (1967-2017). ¡Continuamos haciendo historia!, preparatoria de donde Jesús Ávila se graduó; y el anteriormente mencionado, Una Historia con Futuro 85 años de la UANL.
En sus inicios como archivista, Ávila trabajó en el rescate de los archivos históricos municipales, lo que le permitió recorrer todo el estado de Nuevo León, desde Lampazos hasta Doctor Arroyo. Colaboró hombro a hombro con historiadores y archivistas como Meynardo Vázquez Esquivel, Agapito Renovato García y Eusebio Sáenz en la organización y clasificación de los fondos. Su incorporación al AGENL se dio en el año de 1984, mismo año en que fue inaugurada la Macroplaza, y por más de tres décadas organizó, catalogó, clasificó y coordinó los acervos contemporáneos de la entidad. Ahí colaboró con César Morado Macías, Leticia Martínez y, posteriormente, con Héctor Jaime Treviño Villarreal.
En su perenne afán por difundir los fondos documentales, publicó una serie de catálogos con el fin de promover la investigación, como Archivo Privado de Francisco Naranjo; Amante del desierto sobre el Fondo Eugenio del Hoyo; también dos volúmenes acerca de la Correspondencia del gobernador de Nuevo León con el Ministerio de Guerra y Marina; dos tomos de La educación en Nuevo León, creados a partir del Fondo Memorias de Gobierno; y finalmente, Papeles que hablan de la guerra. Nuevo León 1835- 1848, compendia información recabada de fuentes primarias, hemerográficas y bibliográfica, recopilada de 10 archivos históricos del estado. Esta obra fue publicada en tres tomos, por la UANL y la Universidad de Texas en Brownsville en 2009. Toda esta labor en materia archivística le valió para recibir del Archivo General de la Nación la Mención Nacional al Mérito Archivístico.
En cada una de sus facetas, Ávila también se destacó por su generosidad y franqueza, pero sobre todo por su disposición a la colaboración sincera y desinteresada. Ávila fue un hombre de familia, comprometido social y profesionalmente. No hacía distinción de personas y siempre tendía su mano para apoyarte, orientarte y recomendarte lecturas y fondos documentales; podrías ser el alumno de séptimo semestre -que apenas va construyendo su protocolo de investigación-, el historiador emergente o el consagrado. Tanto en su oficina del AGENL como en la Capilla Alfonsina, Ávila siempre tenía oídos para el investigador.
Pienso en aquellos jóvenes historiadores, y en los que ya peinamos canas de tanto buscar en el pasado, hallando de nuevo su rincón. Justo como sucedía en aquella oficina del AGENL, ¿se acuerdan? Donde las charlas se extendían, las ideas florecían y, silencioso pero imponente, el retrato del jefe Gerónimo lo observaba todo desde la pared, testigo mudo de tantas historias que aún esperan ser contadas. El último lipán de El Ventanillo es eso: el ayer y el hoy, fundidos en cada investigación y en cada reflexión compartida.
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Semblanza
Luis Fidel Camacho Pérez es Licenciado en Historia y Estudios de Humanidades y Maestro en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Bibliotecario en la Sala de Historia de la Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria, ha publicado artículos en libros y en revistas nacionales y extranjeras.
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Bibliografía
Machuca Vega, Emilio (coord.). (2021). Perfil de Jesús Ávila Ávila. Archivista e historiador mexicano. Monterrey, Nuevo León: Centro de Estudios Humanísticos, UANL.
Morado Macías, César (2021). “Legado”, en: Machuca Vega, Emilio (coord.). Perfil de Jesús Ávila Ávila. Archivista e historiador mexicano. Monterrey, Nuevo León: Centro de Estudios Humanísticos, UANL.
[1] De acuerdo con César Morado y el propio Ávila, se hacía llamar así para significar su empatía con los pueblos originarios de la región del norte de México y Texas, que resistieron a los gobiernos de ambos lados del Río Bravo. Además, de que compartía con ellos un espíritu rebelde y aguerrido, pero también solidario.
[2] Esto en referencia al grupo de médicos universitarios que fueron becados por la compañía trasnacional del mismo nombre y que posteriormente ocuparían los cargos de rectores de la Universidad.
[3] Para conocer más sobre la vida y obra de Jesús Ávila véase el libro: Emilio Machuca Vega (coord.), Perfil de Jesús Ávila Ávila.
[4] César Morado Macías, legado, pp. 12-17.