Por Jesús Iván Mora Muro
Resumen
La presente propuesta gira en torno a las prácticas universitarias y académicas que se desarrollaron en Michoacán y Jalisco desde la fundación de El Colegio de Michoacán en 1979 y El Colegio de Jalisco en 1982. La intención del texto es abordar las discusiones historiográficas que se efectuaron en las revistas Relaciones. Estudios de historia y sociedad y Encuentro (emanadas, respectivamente, de ambas instituciones educativas). Al mismo tiempo, también se tomarán en cuenta otras instituciones como la Universidad de Guadalajara y los vínculos que establecieron en la década de los ochenta con las y los profesores de los dos colegios enunciados. Considero que uno de los temas dominantes durante este periodo fue la definición de la región como problema. De esta manera, no sólo las y los investigadores nacionales discutieron sobre los alcances de una historia regional, si no que algunos autores extranjeros, primordialmente estadounidenses, se sumaron a la polémica en congresos, foros y publicaciones.
El Colegio de Michoacán y la revista Relaciones
Desde su surgimiento, la Revista Relaciones se conformó como un foro idóneo para la discusión académica dentro de las Ciencias Sociales y Humanidades. Primordialmente, el “occidente mexicano” se presentó como zona privilegiada de análisis. Encontré que, durante la década de los ochenta, tanto Michoacán como Jalisco fueron los estados de la república con mayor relevancia. En este sentido, puedo sostener preliminarmente, que la historia local y parroquial, como la llegó a llamar Luis González, fueron durante ese periodo constantemente discutidas en las páginas de la publicación.
Por otro lado, la llamada historia regional también encontró un importante nicho de indagación: en foros promovidos por el propio Colegio de Michoacán en vinculación con instituciones de Jalisco, Colima, Aguascalientes, Sinaloa, entre otras Universidades y centros de investigación que habían paulatinamente descentralizado la educación superior en el país. Así, siguiendo las investigaciones de autores como Eric van Young[1], sostengo que la historia regional cumple una función multidisciplinaria para el estudio de la economía, la política, la cultura y la sociedad en su conjunto mediante un modelo analítico que busca delimitar/construir una zona de estudio que las y los investigadores deben definir con antelación.
Con este plan en mente, me di a la tarea de rastrear en la revista, desde los primeros números, las referencias a la historia regional y la historia local que pudiesen darme luz sobre las inquietudes de las y los estudiosos, nacionales y extranjeros sobre dicha problemática historiográfica. Desde el primer número (1980), por ejemplo, Agustín Jacinto informó que la Asociación Mexicana de Historia Regional había celebrado su IV Encuentro en la ciudad de Saltillo, Coahuila, del 16 al 19 de agosto de 1979. En su opinión, la reunión contó con los auspicios y las gestiones del profesor y gobernador de Coahuila Oscar Flores Tapia y que tuvo como sede el Colegio Coahuilense de Investigaciones Históricas. Los tres encuentros anteriores, nos aclaró el autor, de esta Asociación, creada en 1971, se celebraron en las ciudades de San Luis Potosí (dos) y Monterrey (uno):
En principio, las invitaciones se enviaron a personas, grupos e instituciones interesadas en historia regional. De hecho, la asistencia, que llegó a alrededor de 150 personas, fue bastante regional: la gran mayoría eran del centro y centro-norte de la República, algunos del sur, y del sureste solamente la doctora Estela González quien además asistió en calidad de representante del Archivo General de la Nación. Como representante de la Biblioteca Nacional de México, asistió la maestra Ana Rosa Carreón, quien es también historiadora. Estuvieron presentes, además, notables personalidades en la historia regional como don Wigberto Jiménez Moreno, el doctor Israel Cavazos, el P. Rafael Montejano y don Antonio Pompa y Pompa, todos ellos en la mesa de ponentes.[2]
La temática regional se entendía, como en algunos sectores del gremio se sigue argumentando, como aquella óptica que privilegiaba el estudio de los estados y regiones del país fuera de la capital, no como un modelo teórico-epistemológico. Para continuar con algunos otros ejemplos relevantes, en el número 4 también de 1980, Bryan Roberts en su artículo titulado “Estado y región en América Latina” explicó que sus investigaciones se habían centrado en el caso de Perú y en los últimos tiempos en Guadalajara, en donde siguió de cerca varios estudios de Guillermo de la Peña y Patricia Arias, entre otros referentes para el estudio de Jalisco. En concreto, así definió la categoría de región:
Región es un concepto ampliamente difundido y polémico entre geógrafos y economistas, pero se ha vuelto también un foco importante de atención entre otros científicos sociales: historiadores, sociólogos y antropólogos. Las transacciones económicas en una cierta área, los rasgos geográficos y los límites administrativos son, naturalmente, componentes esenciales del análisis regional. Haré hincapié, sin embargo, en los rasgos sociales institucionales que pueden usarse para definir una región. Estos rasgos se generan con el tiempo por el engrane de actividades económicas, relaciones sociales y política local en un conjunto compatible de prácticas.[3]
También explicó que el punto de partida de su análisis fue “la forma de producción que predomina localmente”, que “se halla modelada por el tipo de producto, la tecnología usada para explorarlo, la naturaleza de la tenencia de la tierra, el tipo de relaciones laborales presentes, los mecanismos para distribuir productos, y la estructura de poder local y su relación con la producción”. En suma, para él, el abordaje del tema del poder dejaba en claro que las regiones no eran necesariamente creaciones naturales, “que surgen de actividades económicas similares o de herencias culturales semejantes”. En otras palabras, “una región y su identidad se forjan mediante las imposiciones de una clase local dominante, que busca expandir su propia base material y que ejerce control sobre la administración local para promover sus fines”.[4]
Aquí es importante hacer referencia a la participación de Luis González, ya que para entonces era un referente de lectura obligada para el análisis historiográfico. Como he estado argumentando, en la revista Relaciones convivieron durante estos primeros años diversas propuestas que buscaban redefinir los estudios sobre lo local y lo regional. En este caso, el fundador de El Colegio de Michoacán presentó las poblaciones de Acámbaro, Querétaro, Guadalajara, Valladolid, San Miguel el Grande, Santa Fe de Guanajuato, Celaya, Zamora, León, Irapuato, Salamanca y Salvatierra. Para entender las dinámicas propias del bajío, los puntos de comparación o variables tenidas en cuenta fueron el relieve, clima, suelos, aguas, antecedentes prehispánicos, fundación, demografía, índole económica, modos y relaciones de producción, ocio, cultura y actitud frente al movimiento de independencia de 1810- 1821. Para analizar esta región, como es bien conocido, el autor argumentó que en estas localidades “abajeñas” se manifiesta una “uniformidad del medio geográfico”: “suelos fertilísimos”. “Función productora de la trilogía alimenticia mexicana (maíz, trigo, frijol) para los reales de minas y para casi toda la Nueva España…”, y en lo cultural la región ha sido cuna de “varias costumbres que han llegado a ser representativas de la nacionalidad mexicana: charrería, posadas de noche buena, etc.” [5]
Para el caso de fuera de México, Heraclio Bonilla presentó “Etnia, región y la cuestión nacional en el área andina. Proposiciones para una discusión”, escrito que hace hincapié en que los términos región y etnia, regionalismo y etnicidad, eran términos o conceptos que habían estado en la discusión académica de los últimos años y que, para el caso peruano, desde José Carlos Mariátegui y su texto Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana,se habían discutido en el ámbito intelectual-académico.
Además, es importante apuntar que el artículo se presentó como ponencia en el marco del Seminario “La cuestión étnica y la cuestión regional en América Latina”, bajo el patrocinio de la Sociedad Interamericana de Planificación (SIAP), el Departamento de Antropología de la UAM-Iztapalapa y el Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo, que se llevó a cabo en la ciudad de México 29 de septiembre al 3 de octubre de 1980.
La realización de este evento y otros foros de discusión nos muestra la vitalidad del tema durante la década de los ochenta y la necesidad de repensar la categoría de región en la actualidad. En este sentido, considero que un texto fundamental para entender estos postulados teóricos es el de Guillermo de la Peña, “Los estudios regionales y la antropología social en México”, publicado en el número 8 de 1981. En dicha investigación el autor reflexiona primeramente en ¿cómo utilizan el pasado los historiadores y los antropólogos para explicar los fenómenos sociales que les atañen?
Simplificando, podemos decir, por ejemplo, que la pregunta que lanza al pasado un antropólogo social es distinta de la que formula su colega historiador, o incluso sus cofrades etnohistoriadores y arqueólogos, en cuanto estos últimos buscan establecer descripciones convincentes de hechos pretéritos, y explicar su lógica, mientras que aquél busca la lógica de la historia desde (y a causa de) la lógica del presente.
El presente, por otro lado, es para el antropólogo social el aquí y ahora del universo vivo que lo confronta en su trabajo científico: las personas humanas entre quienes realiza trabajo de campo no son un objeto de investigación sino construyen este objeto junto con el investigador: éste —en buena medida— percibe las relaciones sociales mediante las percepciones de los propios actores. En otras palabras: el presente del antropólogo social necesita contextualizarse. No puede prescindir de indicadores “objetivos” de la sociedad global (como los que manejan los sociólogos y los economistas); pero su interés continúa centrado en la cotidianidad multifacética que no es deducible de ningún esquema general sino debe descubrirse en la aventura de la investigación de campo.[6]
Inmediatamente después nos aclara lo que entiende por el concepto de región: como politético ya que no es unívoco. En su opinión, así lo habían explicado disciplinas como “la arqueología tradicional y la etnología, sobre todo cuando han estado influidas por las teorías difusionistas de cuño boasiano”, ya que “hablan de áreas o regiones culturales para indicar la distribución espacial y el ritmo de comunicación de ciertos rasgos (traits) o patrones (patterns) creados o utilizados por un grupo humano durante cierta época u horizonte”.
En cuanto a la disciplina de la historia, opinó que el término región se propuso desde la escuela francesa de Lucien Febvre y Marc Bloch quienes insistían en la necesidad de implementar una “geografía histórica”, en el “arraigo espacial de los acontecimientos”, del conocimiento “de los fundamentos naturales ofrecidos a las fuerzas productivas desarrolladas por el hombre en cada una de las etapas atravesadas por la economía” (desde la óptica de Pierre Vilar).
Por otra parte, también consideró que la llamada historiografía coyuntural, a diferencia de la postura estructuralista braudeliana, se centra en “los segmentos sociales, las clases, y las regiones”. Por último, reconoció el valor de las propuestas de los historiadores “locales o parroquiales” como Luis González, Emmanuel Leroy Ladurie, entre otros, quienes llegaron a tratar temas en los que “la región es un marco de referencia que surge irremediablemente al hablar de fenómenos locales –pero que varía a través del tiempo–, cuyos componentes estratigráficos son las oleadas de poblamiento, los sistemas de propiedad territorial y su creación en patrimonios y heredades, los sistemas de producción agraria y de organización del trabajo, la movilidad de la mano de obra, las formas de dominación administrativa e ideológica [y] las configuraciones simbólicas”.
El Colegio de Jalisco y la revista Encuentro
Jaime Olveda refiere que para la creación de El Colegio de Jalisco el 9 de noviembre de 1982, bajo la presidencia de Alfonso del Alba Martín, fueron determinantes el INAH-Occidente (1972) y el Instituto de Estudios Sociales (UdeG) formado en 1976. Además, la revista Controversia, cuyo primer número salió en 1977 (con sólo cinco números). Posteriormente, la revista Encuentro (1983-1990) se convirtió en una de las publicaciones determinantes para la difusión de las investigaciones académicas del occidente mexicano. En este recorrido, la creación del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) en 1987 y la creación de la revista Estudios Jaliscienses (COLJAL, 1991), que sustituyó a Encuentro,continuó esta labor intelectual.[7]
Entre los historiadores jaliscienses que figuraban desde los años sesenta, y que fueron la base de la institucionalización de la disciplina y posterior profesionalización, destacan Luis Medina Ascencio, Leopoldo Orendain, Carlos Pizano y Saucedo, José Luis Razo Zaragoza, Salvador Toscano, Jorge Palomino y Cañedo, Eucario López, Antonio Gutiérrez y Ulloa (que podemos considerar como autodidactos).
Después se sumarían las y los historiadores de corte profesional: Carmen Castañeda, Alma Dorantes, Virginia González Claverán, Angelica Peregrina, José María Muriá (ligados algunos de ellos al Centro Regional de Occidente INAH, fundado en 1972), Luis Muro, Jaime Olveda, Manuel Rodríguez Lapuente, Ramón Ma. Serrera, y Agustín Vaca. También fue determinante en este proceso el Primer Encuentro de Investigación Jalisciense (en el Museo Regional de Guadalajara, del 11 al 14 de agosto de 1981), en donde este grupo fue tomando la batuta de los estudios históricos jaliscienses.[8]
Para la década de los noventa, El Colegio de Jalisco creó la Maestría Estudios de la Región (1993): “La idea era no dejarse someter por las divisiones políticas estatales y, a pesar de que Jalisco constituía el foco principal de atención, sus relaciones con el entorno geográfico -especialmente Colima y Nayarit, pero también otras entidades más lejanas o con trayectoria más separada- tenían que ser tomadas en cuenta”. Finalmente, con la apertura del Doctorado en Ciencias Sociales (1999), se cerró este primer círculo en donde los posgrados afianzaron la presencia de la institución.[9]
En el presente apartado mi intención es rastrear algunos de los textos de la revista Encuentro con el afán de estudiar las propuestas y definiciones de lo local y lo regional desde la mirada del occidente mexicano. Considero que este ejercicio me permitirá complementar lo que se explicó en el primer apartado dedicado a El Colegio de Michoacán y su revista Relaciones.
En la presentación del primer número se aclaró que “Encuentro”, revista trimestral de El Colegio de Jalisco, pretendía presentar “los hallazgos, las coincidencias y también las colisiones en un nuevo espacio cultural abierto al pensamiento crítico en las áreas de ciencias sociales y humanidades”, y se proponía también “dar a conocer las investigaciones, las reflexiones, las preocupaciones de los estudiosos de los dos centros iniciales del Colegio: el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios, y el Centro de Estudios Regionales”. Además se aclaró que algunos de los artículos que se incluyeron en el número provenían del Primer Encuentro de Investigación Jalisciense: Economía y Sociedad, llevado a cabo en agosto de 1981.[10]
Significativamente, el volumen abrió con el artículo de Luis González titulado “Peculiaridades Históricas del Oeste Mexicano”, en donde el historiador michoacano desarrolló algunas de las ideas que habían caracterizado su ya larga trayectoria disciplinar. Para él, el oeste (occidente mexicano) se conformaba por las entidades federativas de Nayarit, Aguascalientes, Colima, Jalisco, Guanajuato y Michoacán. “Como regiones naturales [comentaría] todas las mencionadas han merecido la atención de estudiosos de la geografía y la economía: Ángel Bassols, Claude Bataillon, Claudio Sterne, Jorge L. Tamayo, Helene Riviere D. Arc y otros”.
Sobre los primeros pobladores de la zona, para él, los investigadores más destacados habían sido Donald Brand, José Corona Núñez, Wigberto Jiménez Moreno, Isabel Kelly, Nicolás León, Robert Lister, Arturo Oliveros, Román Piña Chan, Francisco Plancarte, José Ramírez Flores y Otto Schondube. Del periodo virreinal: Jean Pierre Berthe, Woodrow Borah, David Brading, José Bravo Ugarte, Cármen Castañeda, François Chevalier, Peter Gerhard, Lino Gómez Canedo, Manuel González Galván, José López Portillo y Weber, Francisco Miranda, José María Muriá, Luis Navarro, J. H. Parry, Ramón Serrera, María del Carmen Velázquez, y J. B. Warren. Sin duda, en su conjunto, investigadoras e investigadores, nacionales y extranjeros que habían nutrido durante el siglo XX las indagaciones sobre el pasado local y regional. Este estado de la cuestión demuestra que la región occidente se había convertido en un espacio privilegiado para el desarrollo de la disciplina, esto desde la óptica de las Ciencias Sociales.[11]
Otro referente determinante para estas indagaciones fue el historiador francés François Chevalier quien desde mitad del siglo XX se había convertido en un referente ineludible en el estudio de las estructuras económicas del siglo XVIII y XIX en México. En la revista participó con el texto “La formación de la pequeña propiedad en los Altos de Jalisco”, en donde aclaró que llamaba “pequeña propiedad a la propiedad o explotación familiar que suele denominarse en esta región como rancho, distinto del minifundio que no es suficiente para mantener una familia y, por supuesto, diversa también de la hacienda y sus peones”. Aquella zona se caracterizaba por agrupar una “población rural homogénea de criollos y mestizos; una sociedad igualitaria de rancheros, de grupos familiares, principalmente ganaderos, casi sin peones”.[12] A la postre, características básicas de la región alteña que hasta la fecha se han seguido discutiendo en las indagaciones sociológicas, económicas e históricas.[13]
Para finalizar este acercamiento a Encuentro, concluiré con una definición de región propuesta por Alma Dorantes que me parece muy ilustrativa de cómo se estaba definiendo en el ámbito académico a inicios de la década de los ochenta:
Un historiador o un economista al estudiar determinado territorio encamina su esfuerzo en la búsqueda del producto o actividad predominante, estudiando si los habitantes utilizan una misma tecnología para la obtención de aquél o el desarrollo de ésta: las características del mercado interno, el tipo de relaciones sociales de producción existentes, la estructura del poder político y los nexos que mantiene con otras demarcaciones son otros factores que sirven de base para identificar una región.[14]
Consideraciones finales
Para terminar, considero importante retomar la formación de nuevos investigadores e investigadoras que lograron, desde los años ochenta, proponer visiones historiográficas novedosas desde el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de Michoacán e las instituciones en Jalisco: El Colegio de Jalisco, INAH, UdeG y CIESAS. Es claro que estas y otras instituciones lograron posicionar a los estudios de la historia desde una mirada local y regional, en donde los vínculos entre las disciplinas sociales y humanas sustentaron visiones multidisciplinarias.
Las revistas analizadas, Relaciones y Encuentro, fungieron como laboratorios analíticos para desentrañar a los agentes y actores que animaron la escena académica en el Occidente mexicano. Además, las publicaciones también me permitieron adentrarme en las definiciones de región y las líneas historiográficas que se propusieron desde la historia local y la microhistoria.
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Semblanza
Jesús Iván Mora Muro es Licenciado en Historia por la Universidad de Guadalajara, Maestro en Historia por la Universidad Iberoamericana (ciudad de México), y Maestro y Doctor en Historia por El Colegio de Michoacán. Es profesor-investigador de Tiempo Completo en la Facultad de Filosofía, Universidad Autónoma de Querétaro. Sus líneas de investigación son la historiografía mexicana y el estudio del catolicismo durante los siglos XIX y XX. Miembro del SNII, nivel II.
[1] Véase Eric van Young, “Haciendo historia regional: consideraciones metodológicas y teóricas”, en Pedro Pérez Herrero (comp.), Región e historia en México (1700-1850). Métodos de análisis regional, México, Instituto Mora, UAM, 1991, pp. 99-122
[2] Agustín Jacinto, “El AMEHRAC y la historia regional”, pp. 141-145
[3] Bryan Roberts, “Estado y región en América Latina”, pp. 9-40. Profesor de la University of Texas, Austin. En los últimos años el autor ha colaborado con investigaciones acerca de las ciudades latinoamericanas: Alejandro Portes, Bryan R. Roberts y Alejandro Grimson (coordinadores). Ciudades Latinoamericanas: un análisis comparativo en el umbral del nuevo siglo. México: Universidad Autónoma de Zacatecas: Miguel Ángel Porrúa, 2008
[4] Ibíd., p. 10
[5] Luis González y González, “Ciudades y villas del Bajío colonial”, pp. 100-111. Un estudio similar lo presentó en la Revista Encuentro de El Colegio de Jalisco: Luis González y González, “Peculiaridades Históricas del Oeste Mexicano”, Volumen I, octubre-diciembre 1983, Número 1, pp. 5-26. En donde argumentó que el oeste mexicano (occidente mexicano) se conforma de los estados de Nayarit, Aguascalientes, Colima, Jalisco, Guanajuato y Michoacán. “Como regiones naturales, todas las mencionadas han merecido la atención de estudiosos de la geografía y la economía: Ángel Bassols, Claude Bataillon, Claudio Sterne, Jorge L. Tamayo, Helene Riviere D. Arc y otros”. Estudiosos sobre los primeros pobladores: Donald Brand, José Corona Núñez, Wigberto Jiménez Moreno, Isabel Kelly, Nicolás León, Robert Lister, Arturo Oliveros, Román Piña Chan, Francisco Plancarte, José Ramírez Flores, Otto Schondube, etc. Periodo virreinal: Jean Pierre Berthe, Woodrow Borah, David Brading, José Bravo Ugarte, Cármen Castañeda, François Chevalier, Peter Gerhard, Lino Gómez Canedo, Manuel González Galván, José López Portillo y Weber, Francisco Miranda, José María Muriá, Luis Navarro, J. H. Parry, Ramón Serrera, María del Carmen Velázquez, y J. B. Warren.
[6] Guillermo de la Peña, “Los estudios regionales y la antropología social en México”, pp. 43-93
[7] Jaime Olveda, “El Colegio de Jalisco: 25 años de esfuerzos y quehacer académico”, en El Colegio de Jalisco. Ventana al Occidente, Zapopan, 2007, pp. 105-121
[8] Carlos Alba Vega, “Los primeros años de El Colegio de Jalisco”, en El Colegio de Jalisco. Ventana al Occidente, Zapopan, 2007, pp. 49-87
[9] José Ma. Muriá y Angélica Peregrina, “El Colegio de Jalisco y la historia del Occidente de México”, en El Colegio de Jalisco. Ventana al Occidente, Zapopan, 2007, pp. 123-167
[10] “Presentación”, en Revista Encuentro, volumen I, número 1, octubre-diciembre de 1983, pp. 3-4
[11] Luis González y González, “Peculiaridades Históricas del Oeste Mexicano”, en Revista Encuentro, volumen I, número 1, octubre-diciembre de 1983, pp. 5-26
[12] François Chevalier, “La formación de la pequeña propiedad en los Altos de Jalisco”, en Revista Encuentro, volumen I, número 1, octubre-diciembre de 1983, pp. 27-34
[13] Véase, por ejemplo, el trabajo de Carlos Alba Vega, “División de la propiedad sin Reforma Agraria: la formación de los ranchos alteños”, incluido en el mismo número de Encuentro, y la tesis presentada en el CIESAS-Occidente por Rodolfo Fernández Jiménez, “Mucha tierra y pocos dueños: estancias, haciendas y latifundios avaleños” (generación 1991-1995). Para el caso de Jalisco en general también consúltese Fernando M. González, Cúpulas empresariales y poderes regionales en Jalisco, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1989; y Carlos Alba Vega y Bryan Roberts, “Crisis, ajuste y empleo en México: la industria manufacturera de Jalisco”, en Estudios Sociológicos, volumen VIII, número 24, 1990, pp. 463-489. Por último, el análisis historiográfico realizado por Sergio Valerio, “Historiografía sobre la desamortización de las tierras de los pueblos de indios en Jalisco, México, durante el siglo XIX”, en Anuario de Historia Regional y de las Fronteras, volumen 28, número 2, 2023, pp. 337-367
[14] Alma Dorantes, “Comentario a la ponencia de Luis Sandoval Godoy”, en Revista Encuentro, volumen I, número 1, octubre-diciembre de 1983, pp. 68-70. La ponencia mencionada es Luis Sandoval Godoy, “Los pueblos del norte de Jalisco antes y después de la carretera”, en Revista Encuentro, volumen I, número 1, octubre-diciembre de 1983, pp. 47-67

