Por Ricardo D. Aguirre Garza
En la Prima secundae de la Suma Teológica de Aquino al hablar del pecado y de la malicia apunta que la naturaleza del ser es el apetito del Bien pero que si llegase a hacer el Mal esto se da porque existe una fallo por causa de alguna corrupción o desorden de en alguno de los principios humanos, los cuales categoriza como virtudes, ya sean cardinales (Prudencia, Justicia, Templanza y Fortaleza) o teologales (Esperanza, Caridad y Fe); las primeras se refieren a las cuestiones sociales, mientras que las segundas a los aspectos religiosos.
Esta forma teológica del entendimiento del Bien y el Mal es una suerte de visión Ética: actuar en favor de las virtudes o de los vicios, como su contraparte, es aquello que nos define como bienaventurados o corruptos ante la sociedad y ante Dios.[1] Hacer el Mal no nos lleva directamente a un castigo, como tampoco hacer el bien nos lleva a la recompensa, no obstante, depende de nosotros y para nosotros saber cómo actuar. Pero, ¿esto cómo acontece en la Literatura?
Literatura, Hermenéutica y Exégesis; Schleiermacher, Gadamer y Abad; leer, interpretar y… ¿mentir? Lo subjetivo es siempre nuestra excusa para probar un punto, una idea o una sensación. Analizar un texto, interpretarlo y reconstruirlo es un proceso interno, un trabajo en solitario donde muy pocas veces se muestra la maqueta, pues la exégesis ya llega completa, aparentemente terminada y lista, pero ¿llega verdadera?
Aunque el proceso sea interno, sea subjetivo, o como su etimología lo pretende, esté sometido por el sujeto mismo, no por eso debemos manipular aquello que está planeado de cierta forma para ser (re)construido. El texto literario no es ya una estructura finita, son los planos y materiales para que esta arquitectura literaria sea creada y co-creada por quienes leen.
Dicho esto, me atrevería a apuntar que existe, o debería existir, una cierta Ética de la Interpretación Literaria: pues este proceso de la interpretación no ha concluido hasta que se comunica, hasta que es mostrado y sale de la parcela de lo privado, de nuestro sometimiento, para manifestarse ante las y los demás. Pero es aquí mismo donde entran, o deberían entrar, una de las virtudes cardinales, pues al manifestar eso que se ha (re)construido lo deseable es que exista una actitud de Prudencia (Frönesis para los griegos), ya sea durante el proceso de lectura y recolección de información, así como de interpretación y exégesis. La providentia o su capacidad de ver viene acompañada también con una capacidad de actuar de forma sabia y cautelosa.
Una lectura atenta no es solamente recorrer la trama y llegar a un desenlace, tampoco lo es saber quiénes son los personajes, sus nombres y qué hacen. Una lectura atenta es escarbar las palabras y deshilachar el tejido que estamos contemplando. Es entender el cómo se están hilvanando los hilos y nudos, igual que las agujas del lenguaje marcan un ritmo, una estética, una apreciación y, por su puesto, una intención.
Ya conociendo la mayoría de los elementos y su forma de actuar podemos proponer una construcción, una interpretación. Pero, aún y cuando alguien más haya leído lo mismo que nosotros y nosotras, el proceso es personal y en esa forma de manualidad es donde se manifiesta lo subjetivo. Entonces ¿quién me juzgará si elijo mentir sobre lo que encontré? ¿quién se sentirá afectado porque modifiqué la dirección de los leit motivs para darle más peso a lo que mi subjetividad inventó o creyó reconocer a pesar de saberlo incierto? ¿quién sino yo mismo o yo misma sabrá que estoy atentando contra un trabajo literario y, encima de ese acto de corrupción, decido olvidarme de la Prudencia e inventar un tejido, una interpretación que me haga ver como alguien bienaventurado, cuando en realidad la corrupción fue tanta que cegó mi juicio?
La prudencia, le menciona Aristóteles a su hijo Nicómaco, sea un hábito verdadero y práctico que conforme a razón trata los bienes y males de los hombres. […y los prudentes] son personas suficientes para considerar lo que a sí mismos y a los demás conviene. Es en este recoveco donde entraría la ética, donde el juicio del ser al ser mismo se manifiesta en torno a la interpretación y se muestra ese hábito verdadero de obrar en favor de la conveniencia de sí mismo y los demás.No realizar una exégesis imprudente, pero efectivista para demostrar algo, sino interpretar con circunspección, con un dejo de bienaventuranza para con los demás y, principalmente, para con uno mismo, una misma.
Pienso que frönesis en y de la Interpretación Literaria es un proceso de carácter sincero, es abrir los ojos al texto y dialogar con él, aprehenderlo tal como busca ser captado y no como queremos o pretendemos entenderlo. Sé que el receptor o que la receptora somos quienes le damos vida al acto literario, pero también somos quienes lo perjudicamos hasta sus últimas consecuencias, porque la corrupción de nuestra alma (¿por qué no de un alma lectora?) llega a ser lo suficientemente espesa para cegarnos la sensatez y el buen juicio que Aquino tiene la cortesía de dotarnos como algo inherente de nuestro ADN.
[1] Por supuesto que la iniquidad ya no es un problema ético, sino de categoría espiritual, por eso no lo retomo en esta entrada.

