Por Ángel H. Candelaria
Unx tiende a mirar en su reflejo acaso la poca extensión que de sí guarda en casos de extremísima emergencia. Compruébelo usted mismo: afiebrándose, rompa, si así lo prefiere, un cristal con el puño desnudo, que la piel se le vuelva viva en los nudillos; proceda pues, con esa rabiación y el dolo exacto de que precisa el método científico, a mirarse en un espejo, el más grande que tenga en casa. ¿cómo mira lo que aguarda en ese espejo? ¿acaso no llora? ¿acaso insta a romper de puro agravio algo más? ¿sonríe? Tampoco es que sea necesario, mas imagínelo con esa raíz empática que cruza los visos del desahuciado, de la pérdida, del perro en la jaula, y de quien mira su cuerpo a solas.
Si alguna vez ha perdido el cuerpo, sea cual sea la medida de su carencia, sabe reconocer ese momento: la levedad del bien y del mal: un rapto; sabe del peso de la palabra herida y su emoción a cuestas. Quizás levante la mirada, quizás se limpie las lágrimas o puede que también rehúya de la sensación de su quebranto, pero sabe que hay algo más que todo esto. Habiendo perdido el cuerpo, sea cual sea la hondura de su peste, también se descubre al otro: sea a través del acompañamiento, a través del juicio, a través del cuidado y la ternura que, acaso, llega a ofrecer ese otro cuerpo. Algunos expertos lo relacionan con un comportamiento animal, un instinto que, muy en el fondo de las tripas, enraiza la vida en común con otros seres vivos, el analista, particularmente, lo llama transferencia. Sabe. ¿Acaso importa?
Hoy pude leer un poema, un luminar sin sospecha, mientras pensaba en la densidad del hambre, mi hambre:
“Pensamos en el otro como coloquio, como carne
herida, descubrimos al otro
a través de sus calles sin historias, de sus manos
sin ojos, las motos abren paso
los hombres que han venido de fuera, nuestros
hombros cargados de violencia.” (p.21)
y para cuando acordé, me resultaba un tanto absurdo tratar de mirar a otro lado que no fuera lo que me rondaba la víscera. No haber nacido animal es una de mis secretas nostalgias (2023) de Ingrid Bringas trasciende, en lo que a mí respecta, la noción de los padecimientos dado que trama con suma delicadeza la meditación del lenguaje-cuerpo y su disposición, por no decir inevitable fulminación, al tiempo.
En este sentido, la naturaleza de la obra tensiona el confort de quien la hojea para recordar que En la herida hay luz, memoria de los otros, que el cuerpo rinde cuentas. En la suma y la pasión de padecer encarna el encuentro, una muy posible sublimación de la experiencia en y con el otro. ¿Instinto, espejo, rostro? Sea como sea, al final, es la tripa, la moción de muy dentro de nosotrxs, aquello que toca estos poemas. La poeta lo sabe de primera mano, puesto que la experiencia y lo terreno embeben obras como Frontera Cuir (UAEMex, 2021) o La casa no existe (Los libros del perro, 2022), donde el cuerpo y la intimidad sugieren la moción y la poética de Bringas: como tal, la vida se separa de lo real en la experiencia. No se equivoque y no confunda sensacionalismo con lo vivo. Por ejemplo en:
“La piel es ya de trapo, sentir el sueño del otro en el propio cuerpo,
adentro mío guardo tus pensamientos,
pronuncio tu nombre y dice matadero
Entonces me reconcilio con la piedra, con los pájaros.
vendrán pronto por mi a cargar este cuerpo,
no de jade
no de líquidos que bien has amado
Se llevarán mi ropa y zapatos,
no hay nubes, esta tarde los trapos al sol,
sábana nieve.” (p.46)
donde la enunciación sucede en lo que queda suspendido entre el cuerpo del lenguaje y la acción para volcar la salva en la concreción de un mundo, SU propio otromundo que comulga con la inquietud de esa falta corporal, acaso un surco, su cicatrización queloide, pero siempre tramada de deseo. Sin embargo, ahí no permítennos encallar la obra, sino que inserta su faz en el predicamento que existe cuando relacionamos cuerpo-deseo-carencia como el principal motivo de la contemplación:
“El deseo como condición
la muerte como imagen y condición de lo excéntrico
la dermis guarda un rostro de una fisonomía dormida “ (p.59)
El problema de carecer y leer poesía no es tanto la proyección si no los husos que del poema nos zambulle el sentido, es decir, la acción que dinamita el cuerpo: intuir la vela, saberse vistx por lo desconocido, tener la palabra justa y a medida del padecimiento; y usted, como yo, que carezco del buen funcionamiento del área prefrontal órbito medial, también habrá de reconocer que hay belleza en lo que habrá de desaparecer, o eso me digo ahora que sé del cuerpo una que otra cosa: la necesaria suspensión del mundo para el desdoblamiento de la víscera, por ejemplo, pero también del potencial de regeneración de membrana. Finalmente recoja los vidrios rotos, véndese bien, que no le efluya esa hemorragia. Le regalo otro poema:
“Hay música en todas partes incluso para los sordos,
es muy hermoso poder decir canto,
oleaje y pájaro
Volver a la música raíz de todo,
Al relámpago,
Escucharse las vísceras
Imitar las voces de los otros, el golpe de la piedra
La piel es el oído de un cuerpo entorpecido.” (p.51)
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REFERENCIAS:
Bringas, I (2023) No haber nacido animal es una de mis secretas nostalgias. México : Laberinto Ediciones

