El hábito del verso de Jorge Luis Borges

"Fervor de Buenos Aires" (1923) y "Luna de enfrente" (1925) pertenecen al acervo de Alfonso Reyes; "Los Conjurados" (1985), forma parte del Fondo Eduardo Zambrano. Fotografía de Nancy Lucio.

-A cuarenta años de su último poemario-

Por Eduardo Zambrano

En 1923 Jorge Luis Borges (1899-1986) publica su primer libro titulado como Fervor de Buenos Aires; y dos años después, Luna de enfrente (1925). Ambos poemarios enfatizan el regreso a la Argentina de su niñez y primera adolescencia, pues recordemos que el poeta pasaría luego algún tiempo en Ginebra, Suiza. También para 1925 el joven Borges nos revela sus inquietudes como ensayista, y nos da a conocer su apasionada vocación de lector en Inquisiciones, un ejemplar que sería marginado de las Obras Completas por el mismo maestro; sin embargo, después de su muerte sería “rescatado” por su viuda, María Kodama (1937-2023).

Jorge Luis Borges muere en 1986 dejando tras de sí una obra impresionante, una entrega total a la literatura, sin concesiones para pausar su escritura, ni jubilaciones para suspenderla. El último libro que publicó en vida fue Los conjurados (Alianza Editorial, 1985), un poemario. Desde entonces han pasado cuarenta años de esta publicación y cien años de las primeras ya anteriormente mencionadas: sesenta años en los que Borges, con una convicción entusiasta, dio a la imprenta (literalmente) su vida.

¿Qué ha cambiado? Mucho, para el autor casi todo. Es tanto el cambio que incluso dice lo siguiente en el prólogo de sus Obras Completas sobre Luna de enfrente: “El hecho es que las siento (aquellas páginas) ajenas; no me conciernen sus errores ni sus eventuales virtudes.”

Cuando empieza a publicar, Borges está de vuelta en Argentina y se busca como argentino; además, visualiza el ultraísmo en sus horizontes literarios. Al final de sus días el escritor ha vuelto a Ginebra y no profesa ya ninguna estética, como él mismo lo llegó a declarar.

En cuanto a las formas, sus primeras instancias son versos largos, libres, y con el tiempo el mismo poeta las etiquetaría como algo “ostentoso y público”. Para su último poemario, el espíritu es en esencia un espacio íntimo, con una sencillez y un desenfado que les da a los días las cualidades de las nubes:

Nubes (I)

No habrá una sola cosa que no sea

una nube. Lo son las catedrales

de vasta piedra y bíblicos cristales

que el tiempo allanará. Lo es la Odisea,

que cambia como el mar. Algo hay distinto

cada vez que la abrimos. El reflejo

de tu cara ya es otro en el espejo

y el día es un dudoso laberinto.

Somos los que se van. La numerosa

nube que se deshace en el poniente

es nuestra imagen. Incesantemente

la rosa se convierte en otra rosa.

Eres nube, eres mar, eres olvido.

Eres también aquello que has perdido.

Una segunda característica se puede encontrar tanto en el estilo como en el formato, que no estaba en sus primeros libros, pero que luego fueron parte del mismo Borges: el rigor de las formas clásicas (como el soneto de arriba, apenas entrevisto en su ligereza) y, en contraste, la desatadura propia de una prosa poética que nos atrapa con su ritmo interno; el tema ahora tiene que ver con lo propio de los años, una especie de elegía de las pérdidas; pero que al más puro estilo del gran escritor argentino, tales pérdidas le permiten recuperar (en la medida de lo imposible) el ayer:

Posesión del ayer

Sé que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío. Sé que he perdido el amarillo

y el negro y pienso en esos imposibles colores como no piensan los

que ven. Mi padre ha muerto y está siempre a mi lado. Cuando quiero escandir versos de Swinburne, lo hago, me dicen, con su voz. Sólo el

que ha muerto es nuestro, sólo es nuestro lo que perdimos. Ilión fue,

pero Ilión perdura en el hexámetro que la plañe. Israel fue cuando era

una antigua nostalgia. Todo poema, con el tiempo, es una elegía. Nuestras

son las mujeres que nos dejaron, ya no sujetos a la víspera, que es zozobra,

y a las alarmas y terrores de la esperanza. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos.

Insisto, no es casualidad que en los poemas antes mencionados, tanto el de “Nubes” como el de “Posesión del ayer”, en el verso final se remata con la palabra ‘perdido’ y ‘perdidos’; y lo comento porque ésa es la forma en que Borges se visualiza al final de sus días: la sabiduría de ver que con la muerte habrá recuperado su pasado y el cielo claro de su existencia, de su personaje, de él mismo.

En este último poemario de Los conjurados, otro punto importante a destacar es el recurso de la enumeración, apenas insinuado en sus primeros poemas, ahora simplemente se despliega con el aliento enciclopédico de Borges: magistral, erudito, una pose intelectual entrañable; pues el intelectual se sabe dentro de un sueño que él apenas ha soñado, como soñó en algún momento la dicha: la suya, la del hombre sencillo que simplemente se sabe soñado por el Tiempo. Comparto los siguientes fragmentos:

“¿Qué habrá soñado el Tiempo hasta ahora, que es, como todos los ahoras, el ápice? Ha soñado la espada, cuyo mejor lugar es el verso. Ha soñado y labrado la sentencia, que puede simular la sabiduría. Ha soñado la fe, ha soñado las atroces Cruzadas. Ha soñado a los griegos que descubrieron el diálogo y la duda. Ha soñado la palabra, ese torpe y rígido símbolo. Ha soñado la dicha que tuvimos o que ahora soñamos haber tenido.

[…]

Ha soñado el alba que acecha. Ha soñado el Ganges y el Támesis, que son nombres del agua. Ha soñado mapas que Ulises no habría comprendido. Ha soñado a Alejandro de Macedonia. Ha soñado el muro del Paraíso, que detuvo a Alejandro. Ha soñado el mar y la lágrima. Ha soñado el cristal. Ha soñado que alguien lo sueña.

Hay versiones revisadas y versificadas de este texto, pero de igual forma brota un verso que me parece que es clave en la poesía de Jorge Luis Borges: Ha soñado el mar y la lágrima.

El mar es el origen de la vida, y la lágrima (que toma conciencia del dolor o la alegría plena) es el origen de la humanidad, del hombre, y con el hombre la palabra y todas las figuras del arte. El Tiempo ha soñado en Borges una poesía (la gran poesía de Borges) que por igual estima (repara) en su vida íntima, una intimidad que, sin embargo, se conecta con el mundo, con los otros, a sabiendas de que esa empatía se consagra finalmente a la “Ceniza”, título del poema que ahora cito:

Una pieza de hotel, igual a todas.

La hora sin metáfora, la siesta

que nos disgrega y pierde. La frescura

del agua elemental en la garganta.

La niebla tenuemente luminosa

que circunda a los ciegos, noche y día.

La dirección de quien acaso ha muerto.

La dispersión del sueño y de los sueños.

A nuestros pies un vago Rhin o Ródano.

Un malestar que ya se fue. Esas cosas

demasiado inconspicuas para el verso.

Con Los conjurados Jorge Luis Borges termina y salda las cuentas con el escritor que publicó por más de sesenta años. A lo largo de esta aventura, el poeta conspiró contra la azarosa tiranía del Tiempo, incluso llega al final de sus días siendo fiel a sí mismo (su estoicismo) y al personaje que encarnó no sólo para conjurar contra esa tiranía, sino para reconciliarse con la esencia de la vida:

“Toda obra humana es deleznable, afirma Carlyle, pero su ejecución no lo es.”

[…]

“Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso.”

Y ya sabemos lo que fue el paraíso para Borges, el paraíso perdido de la lectura, de las bibliotecas, pero sobre todo, ese paraíso recobrado en el hábito de la palabra, la escritura, los versos:

On his blindness

Al cabo de los años me rodea

una terca neblina luminosa

que reduce las cosas a una cosa

sin forma ni color. Casi a una idea.

La vasta noche elemental y el día

lleno de gente son esa neblina

de luz dudosa y fiel que no declina.

y que acecha en el alba. Yo querría

ver una cara alguna vez. Ignoro

la inexplorada enciclopedia, el goce

de libros que mi mano reconoce,

las altas aves y las lunas de oro.

A los otros les queda el universo;

a mi penumbra, el hábito del verso.

Los conjurados se publica apenas unos años antes de la muerte de Jorge Luis Borges; el poeta se sabe en ese trance, un viejo amigo, el cual conoció durante su adolescencia en Ginebra, se le ha adelantado en ese camino; entonces Borges le dedica una sentida elegía y le agradece un gesto invaluable:

Esta noche me has dicho sin palabras, Abramowicz, que debemos entrar en la muerte como quien entra en una fiesta”.

A casi ya cuarenta años de que el escritor argentino hiciera lo propio para hacernos partícipes de su fiesta, su partida, uno como lector puede constatar que al perder a Jorge Luis Borges (con su partida en el plano terrenal) hemos redescubierto al personaje que hizo posible al escritor, y que le dio ese espíritu grandioso… al poeta.

 

Apéndice

En este breve repaso del último poemario de Jorge Luis Borges también se referenciaron publicaciones de 1925, como fueron los versos de Luna de enfrente, o los ensayos de Inquisiciones; como un gesto de simpatía para igual recordarles, transcribo ahora unos poemas del primero y una cita fundamental del segundo.

A Alfonso Reyes, con justiciera admiración y entera amistad//Jorge Luis Borges//s/c avenida Luintana 222. Buenos Aires.

El original de Luna de enfrente se encuentra con dedicatoria dentro del Fondo Alfonso Reyes, quien fue también maestro de Jorge Luis Borges, en la Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria de la UANL. Los curiosos pueden hacer comparativos entre este documento con el que se terminó incluyendo en las Obras Completas:

MONTEVIDEO

Resbalo por tu tarde como el cansancio por la piedad de un declive.

La noche nueva es como un ala sobre tus azoteas.

Eres el Buenos Aires que tuvimos, el que en los años se alejó quietamente.

Eres nuestra y fiestera, como la estrella que duplican las aguas.

Puerta falsa en el tiempo, tus calles miran al pasado más leve.

Claror de donde la mañana nos llega, sobre las dulces aguas turbias.

Antes de iluminar mi celosía tu bajo sol bienaventura tus quintas.

Ciudad que se oye como un verso.

Calles con luz de patio.

Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad

En las trémulas tierras que exhalan el verano,

el día es invisible de puro blanco. El día

es una estría cruel en una celosía,

un fulgor en las costas y una fiebre en el llano.

Pero la antigua noche es honda como un jarro

de agua cóncava. El agua se abre a infinitas huellas,

y en ociosas canoas, de cara a las estrellas,

el hombre mide el vago tiempo con el cigarro.

El humo desdibuja gris las constelaciones

remotas. Lo inmediato pierde prehistoria y nombre.

El mundo es unas cuantas tiernas imprecisiones.

El río, el primer río. El hombre, el primer hombre.

Por último, quiero terminar con una cita de su libro de ensayos Inquisiciones, también de 1925, donde el joven Jorge Luis Borges comienza a visualizar la esencia de la lírica, la que él hizo suya valiéndose de un personaje que le permitió transitar entre su intimidad (lo privado) y la plaza abierta a todos:

Entendió Herrera (y Reissig) que la lírica no es pertinaz repetición ni desapacible extrañeza; que en su ordenanza como en la de cualquier otro rito es impertinente el asombro y que la más difícil maestría consiste en hermanar lo privado y lo público, lo que mi corazón quiere confiar y la evidencia que la plaza no ignora.”

Fotografía de Nancy Lucio.

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