Poemas de Eduardo Langagne

Fotografía de Héctor García.

Galería de Ecos (Medusa Editores, 2025)

  •  

Si escribes una frase:

esto no es un poema,

hay quien siente que le han plagiado;

desconoce que el eco ha repetido la sentencia

por idiomas y centurias; collados y cordilleras.

 

Al trazar la memoria en las palabras

hay concurrencias, adjudicaciones.

La casualidad se invade,

se asedia la fortuna, se concita al azar.

 

Un cangrejo en la arena

se ensancha con adjetivos:

un purpúreo cangrejo

en el húmedo ocre de la infinita arena.

 

El lugar común

es una franja de acceso fácil,

usurpación del eco,

resonancia de las voces de la calle,

memoria revuelta y confundida.

Su nicho es un cristal:

transparencia.

 

Se aloja el verso en su acaso,

en su ocaso, igual que el sol.

 

  •  

 

La apropiación de frases

hace un cumplido al asombro.

Siglos atrás

una persona comparó extasiada

los dientes con las perlas;

los labios y el rubí:

hallazgo prominente.

 

Otra lo escuchó y lo plasmó por escrito

para el durable tiempo.

 

Cuando un ingenioso explorador de frases

la anotó de nuevo, se derrotó ante el destino,

fue tildado de torpe, imitador,

reproductor de invenciones.

 

El tercero que escribió: “dientes de perla”,

fue un clásico.

Ya habló Borges.

 

  •  

 

Más allá del papel amate,

bond, revolución o fabriano,

experimentaciones y proclamas.

 

Más allá de hermetismos,

exteriorismos,

el yo lírico deviene incomprensible

en el espacio acotado del tú esencial.

 

Más allá.

Denominaciones temporales:

Ilusión o chorro de agua

que brota de la fuente

de poéticas vivas.

 

¿Transformar las influencias en apropiaciones?

 

Calco o facsímil.

Bajo el efecto Dunning-Kruger 

la incompetencia tiende a auto elogiarse.

 

  •  

 

En la frase inicial de El Ingenioso Hidalgo,

 

la jocosa tinta de Miguel de Cervantes

anotará una línea:

el “Romance del amante apaleado” 

ya la había introducido en la oralidad;

la había puesto en boca de todos:

 

                Un lencero portugués

                recién venido a Castilla, 

               más valiente que Roldán

                y más galán que Macías,

                en un lugar de La Mancha,

                que no le saldrá en su vida,

                se enamoró muy despacio

                de una bella casadilla…

 

Este vendedor de géneros lusitanos,

sábanas de lino, calzoncillos de seda,

sayos de palmilla, medias de estameña,

de cuyo nombre no quiero acordarme,

sufrió una paliza:

provino del garrote espinoso de los celos

en ese territorio conocido

como el hogar de Alonso Quijano, el Bueno,

con quien quería, vencido, León Felipe ir a la grupa.

 

El infante Juan Manuel en el Conde Lucanor:

                  en una tierra

                 de que me non acuerdo el nombre,

                 avía un rey…

 

Esta línea que no deseo encontrar en mi memoria,

o dicho de otra manera:

de cuyo nombre no quiero acordarme,

por sus acentos

ha sido definida como un verso alterado;

aunque en la música del verso,

oreja natural de nuestro idioma,

es un endecasílabo dactílico puro,

semejante a la gaita gallega,

descartando el primer acento.

 

Escribo una estrofa que imita el ritmo

de ese verso “anormal”:

          Puedo escribir estos versos que suenan

         como el trazado en la pluma española.

         Sin duda alguna el ardor de Cervantes,

         hace una marca de burla en el tiempo.

         No necesita escribir demasiado.

 

En su lanza se afila la señal de la ironía.

La adarga no resguarda la pérdida de oído

en el barullo urbano.

Es cierto que para escribir una novela

es necesario leer El Quijote.

Cervantes lo hizo

y entonces pudo escribir la segunda parte.

 

  •  

 

No le copien a Pound, garbanzo de a libra.

Desde su ingenioso pescuezo delirante,

con febril inteligencia Gonzalo Rojas vocifera:

 

                No le copien a Pound, no le copien al copión maravilloso […]

                 acerquen a sus ojos el poema completo,

                 gócenlo, léanlo en voz alta y después

                 ríanse de Ezra

                 y sus arrugas, ríanse desde ahora hasta entonces, pero no

                lo saqueen

 

Préstame tus tijeras críticas,

tu grafito inclemente,

viejo pertinaz.

 

  •  

 

Para Paul Valéry,

el león está hecho de cordero digerido.

La originalidad es ella, hallazgo de la belleza;

procede de las lecturas.

No es bella la definición de belleza.

Al escribir

podría estar citando siempre

a María y a Juan,

John & Mary,

Maria e João,

no los desvalijo, sólo los aludo.

Sólo los saludo. 

Hago un inusitado homenaje a mi lengua

y pongo un acento

en ese sólo que la Academia me suprime,

pero diferencio del solo:

está tan solo que ni acento tiene

(Dice Gómez de la Serna

que los andrajos son peores que los harapos

porque ni “h” tienen).

 

  •  

 

Desde la bota del canto

en un murmullo süave,

Garcilaso se extendió,

y encontró que en el verso italïano,

donde también Boscán halló su cuño,

consiguieron ampliarse en el pasaje.

En solo un golpe

por el camino oculto,

fray Luis de León,

sabio y humano,

con el sabido plectro

entre el pulgar y el índice,

vertió la canción

en el lenguaje de España,

sin el mundanal rüido

subió a roto casi el navío con su alma y su ropaje.

Tal vez el verbo espiritual y mensajero de San Juan

satisfizo la poética, enalteció la lengua,

el alfabeto nuestro:

la tradición perenne de su envío.

Dije de Santa Teresa:

El carcaj guarda un venablo

que acertará al corazón;

pulcra transverberación

en la aguja de un vocablo.

 

  •  

 

Los editores más nuevos no estiman a la diéresis.

La asumen como viruela en las vocales.

Sarampión de nuevo cuño

sin vacuna probable.

Cuando la palabra se atavía con esa crema

la miran defectuosa. No es buen augurio.

Me avergüenza que la eviten en el verso.

Es de mal agüero.

Paz la usó; Tomás Segovia.

Al buen escandidor pocas palabras.

(Cómo sería la música

si deja de escribirse

la negra con puntillo.)

A los nuevos tipógrafos les parece un desliz;

la suprimen incluso en Góngora, en Quevedo;

la retiran en todos los impresos actuales

de poemas del Siglo de Oro.

A Sor Juana le han escamoteado

aquellas tres oficïosas, digo.

O bien:

su obtusa consonancia espacïosa.

Entre tantas otras.

La diéresis es como una aguja:

entra y sale en el bordado

que mi dulce abuela,

bautizada

Dolores España

no concluyó para su hija.

En julio como en enero

la abuela borda la rosa blanca de Martí

en la blusa de la joven

que sale a la calle a cantar.

No me quiten la diéresis:

La sonrisa que pespunteó Dolores

con su íntima aguja en el bordado,

hizo süave el trazo de la rosa

y un doloroso aroma de la pérdida.

*

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Eduardo Langagne, 1952. Poeta y traductor. Recibió en 1994 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes. En 2016 su libro Verdad posible (FCE) fue reconocido con el premio especial José Lezama Lima de Casa de las Américas, otorgado a obras relevantes escritas por autores de Latinoamérica. El mismo año publicó Tiempo ganado en Voz viva de México, UNAM. Su libro Infinito día apareció en 2021 en la UANL. En 2022 obtuvo el Premio Letras de Sinaloa por su trayectoria literaria.

Ha publicado las traducciones de Fernando Pessoa, 35 Sonnets y El guardador de rebaños en “El Oro de los Tigres”, de la UANL.

En 2025 apareció Galería de Ecos.

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