por Yithzack Navarro
Sentado sobre la banca de madera que pegó al suelo con concreto, frente a sus macetas, contempla el estacionamiento abandonado de una tienda del IMSS, las casas teñidas con la luz mandarina del crepúsculo y las calles, que a esa hora, evocan en cualquiera una memoria pérfida. Bajo la sombra de un toldo descansa junto a su madre, una mujer de noventa y un años en silla de ruedas; saluda a uno que otro vecino, revisa su celular, come una manzana, dice:
—Cuando yo era niño y estaba en la primaria, había un muchachito que era bien rebanoso y después descubrí, que él trabajaba en un circo que se llamaba “Circo Garras”, y ahí, trabajaban con él no sé si sus padrastros o qué, pero eran Popo y Tonito. No eran payasos de circo sino de fiestas y eran buenísimos, eran de los primeros payasos que se anunciaban en el periódico. Yo los llegué a contratar para niños de la familia y era un agasajo tenerlos ahí en la fiesta. Y entonces decidí que yo, algún día iba ser payaso; a mí me gustaba eso, vaya, no sabía yo que iba dedicarme a eso pero luego, mi hermano mandaba por sus amiguitos del barrio, porque estaba por comenzar el circo, y yo hacía el show: lo trepaba en mis rodillas y hacíamos “aah” “aah”, bien riesgoso; y entonces de un pasquín, yo me aprendía una historia del Monje Loco, historias de terror, y luego la contaba, pero la actuaba, y me ponía crema para verme curioso, me maquillaba según yo. Y bueno, hubo niños que me tenían miedo, y ya de adultos todavía. Precisamente en un show me dicen: “te vamos a contratar nada más no te acerques al papá del niño” y yo pregunto: “ah ¿le tiene miedo a los payasos?” y me responden: “no, te tiene miedo a ti”. Y ya. Un día estudié canto y estudié teatro y como no me hablaban pa´l teatro pos dije, voy a hacer mi propio show.
A ratos desfilan coches, vendedores, obreros, funcionarios del banco. Dos cuadras abajo, la ciudad se asquea de sí misma, su flujo sanguíneo de acero y carne, febril y rabioso, se vuelve lento, casi al borde de la insuficiencia cardíaca. Sin embargo, aquí, a pesar de los pocos metros que nos separan de la avenida, sólo se percibe un breve rumor de caos.
Don Joe saca un pañuelo y se limpia el sudor del rostro. No aparenta ser un hombre jubilado, no tiene canas y su timbre de voz es firme.
—Su sobrino me contó de una vez que se encontraron a un doble.
—¡Sí! En una ocasión llegamos a la fiesta y ya había empezado el show. ¡Y era otro payaso con el mismo nombre! Y la esposa hizo que terminara el show, porque lo había contratado el esposo. Y el otro se tuvo que ir, y yo le dije al chavo que no quería broncas con nadie. Y ya después, a veces me marcaban preguntando si yo era el payaso Cantarín que trabajaba en focos, y les decía que no, y les pasaba el teléfono de él.
—¿Por qué Cantarín?
—Porque yo pertenecía a un coro de ópera, entonces, yo jamás iba ser un solista de ópera, no iba ser un Plácido Domingo ni nada que se le parezca y pos me convertí en Cantarín, porque era lo más fácil. Porque el canto que yo había estudiado era comercial, no operístico. Y mira, mi sobrino cumplió un año cuando yo fui a su piñata, y fue la única fiesta de la familia que no cobre, todas las demás las he cobrado. Me acuerdo, estábamos Tilín y yo.
—¿Quién era Tilín? ¿Un compañero?
—Sí, sí. Hace poco lo vi, se ve bien. Pero él se retiró hace años.
—¿Por qué no se quedó usted con Tilín? ¿Por qué no permanecer como una dupla?
—Porque pasa en todos los binomios de artistas. El del talento era yo. Y es que él decía: “como salga”. Pero, si no hubiera empezado con él, no habría empezado nunca. Eso sí tengo qué agradecérselo. Y era un señor que a mí me caía bien, pero, fumaba en el carro ya vestido de payaso y tomaba en las fiestas si le ofrecían, y eso no me pareció digno de un personaje.
—Me platicaron que no dejaba ir a ningún cliente. He escuchado que a veces caminaba cuesta arriba, con una bocina a la espalda, rumbo a colonias que otros no querían visitar. Un familiar suyo dice que usted era el payaso de las causas difíciles.
—Mira, algunas ocasiones me decían: “va ser en tejaban” y yo “¿y luego?”, y me decían “es que la vez pasada un payaso nos dijo que él no trabaja en la calle”. Y al revés, había clientes que me pedían no acercarme a los niños descalzos, o sea a los niños pobres, y yo les preguntaba “¿y por qué lo hiciste en la calle”, “si yo me hago hacia allá, es porque allá está la gente que me está poniendo interés. Yo trabajo para todo el que me quiera ver, y si por eso no me quieres pagar es tu problema”. Siempre enfrenté a las personas, nunca me quedé a medias tazas. Si alguien estaba molestando yo les decía: “se va él o me voy yo”, al primo, al tío o al que fuera. Algún día casi se la menté olímpicamente a un abuelo, le dije que me valía madre, que me dejara trabajar. Y era raza brava.
Por un instante, parece rumiar un recuerdo, sonríe para sí mas no dice nada. Se rasca el dorso de ambas manos, se frota la nariz y saca de uno de sus bolsillos un dulce de menta; se aclara la garganta.
—¿Cuál fue su show favorito?
—¡Híjole! Pos uno que fue aquí en la Independencia, allá arriba. Fue como en una especie de teatro, o a lo mejor yo me quise imaginar. Fue tanta la adrenalina, que sentí que andaba drogado. Entonces le platiqué al psiquiatra, también le pedí que me diera algo, porque a veces los shows terminaban en la madrugada y yo regresando a la casa no podía dormir, y me dijo: “mire, si le doy algo pa´ que duerma le tendré que dar algo pa´que se despierte, y algo pa´que se mantenga, y así se va a convertir en uno de muchos”. Y luego me dijo un director de teatro que eso era “andar en el borde de la línea”, y que si te brincas al otro lado ya te chingaste. Pero, los shows más chingones… Uno, allá en Santa Catarina, con un cerro hermosísimo detrás; y el otro allá en la Risca, donde había una piedra enorme partida a la mitad, y esa roca hacía de escenario. Me hubiera gustado tener la foto de las dos.
—¿Y el show más feo?
—¡Híjole! Eso sí lo tengo bien marcado. Fue mi sobrino conmigo, andábamos los dos. Y es que llegamos a un saloncito que era un patio, yo ya había ido, pero esa vez alguien que me contrató me quiso echar “la aburridora”. Y yo les dije: “señores, yo voy a recoger mis cosas y ya me voy, al cabo no me dieron anticipo y aquí nadie pierde”.
—¿Qué es “la aburridora”?
—Pos que la gente no se reía, pero no era yo. Sí, tuve malos shows. Pero esa en especial. Yo me puse nervioso muchas veces y se me secaba la boca, se me doblaba la boca pa´adentro, la lengua… de nervios. El público impone… —hace una pausa, voltea con su mamá y le pregunta si quiere un vaso de agua o si necesita ir al baño, ésta responde que no; ella está lúcida, al pendiente de las palabras de su hijo, quizá, como su más grande admiradora.
—¿Y cuándo era payaso, al mismo tiempo estaba en este coro que comenta?
—Sí. Cantábamos ópera y zarzuela. Todo operístico. Lo más comercial que llegamos a hacer fue grabar el himno de los Rayados.
—¿Cuánto tiempo estuvo ahí en el coro de Monterrey y cuánto tiempo fue payaso?
—Payaso treinta y un años, y en el coro, yo creo, entre quince y veinte.
Poco antes de la pandemia Cantarín seguía activo entre sus clientes de confianza. Había familias que año con año lo contrataban para sus eventos, sin dejarlo variar ni un sólo chiste, personas del barrio conformes con la rutina, prestas quizá a una anécdota, a una breve improvisación. Ahora, tras la clausura del fin del mundo que implicó el COVID, la fachada de la casa de don Joe exhibe tabloides con publicidad de su show. Ha vuelto a trabajar, aunque de forma esporádica.
—No siento que sea el momento de volver de lleno, a lo mejor el momento es cuando tenga setenta y más. Pero ahorita no es, yo creí que sí, yo creí que después de pandemia pudo haber sido, pero no. El ritmo de ahora… se dice que es acelerado, yo no le tengo miedo. Yo creo que tengo un estilo. Yo me puedo acercar a gente que me podría ayudar, pero no quisiera forzar las cosas. Principalmente porque… puedo demostrar que soy mucho más de lo que pudieron haber comentado. Pero ¡nah! Eso no. Dios me ha ido acomodando donde debo estar.
Oscurece. Se manifiesta el ritmo de las cumbias, el bajo de los corridos retumba en las bocinas inalámbricas que algunas personas sacan a la acera mientras prenden el carbón. El barrio, está por inaugurar el viernes. Don Joe suspira, no sé si hastiado de la estridencia, o, anhelando ser partícipe, catalizador de aquella euforia que desciende sobre aquellos a punto de celebrar el fin de otra eterna jornada laboral.
Yithzack Navarro (Monterrey, Nuevo León, 1992) es narrador y músico de folk y blues. Egresó del diplomado en escritura creativa de la escuela NOX. Sus influencias tempranas incluyen a Jack Kerouac, Johnny Cash y Lucia Berlin.