Por Cinthya Paola Gutiérrez Resendez
Sofía Segovia, una voz luminosa y necesaria en la literatura mexicana del siglo XXI, ha logrado con su obra El murmullo de las abejas un espacio privilegiado en el corazón de lectores y críticos por igual. Su narrativa, que combina una sensibilidad profunda con una precisión en el detalle, invita a sumergirse en un universo donde la historia, la naturaleza y la condición humana se entrelazan con una magia sutil pero poderosa. Segovia escribe con la destreza de una narradora consumada, ofrece una mirada piadosa y sin concesiones sobre la complejidad de la existencia, especialmente en el contexto del México del norte durante la Revolución Mexicana.
Desde las primeras páginas, El murmullo de las abejas atrapa al lector con una prosa que es a la vez delicada y contundente, donde el murmullo de la naturaleza se convierte en un lenguaje casi espiritual. La historia gira en torno a Simonopio, un niño abandonado, mudo y con una malformación, rescatado por la familia Morales en Linares, Nuevo León, en 1910. Este personaje, que podría parecer frágil o marginal, se muestra como un símbolo de resistencia, de conexión profunda con el mundo natural y de una sabiduría que traspasa lo racional. Simonopio observa el mundo con ojos diferentes y escucha con el alma, como lo expresa la autora en una de las frases más emblemáticas del libro: “Que escuchen con los ojos, que vean con la piel y que sientan con los oídos, porque la vida nos habla a todos y sólo debemos saber y querer escucharla, verla, sentirla”.
La novela no se limita a contar una historia de época o a retratar un escenario histórico, pues más allá de la Revolución y la reforma agraria, Segovia explora la tensión entre la modernidad y el mundo espiritual de los pueblos originarios, un mundo que valora la contemplación, el ocio y la pasión como formas genuinas de la existencia. En un contexto donde el trabajo se glorifica hasta la perturbación, la figura de Simonopio representa una crítica a esta lógica industrial y moderna, proponiendo un regreso, o al menos el interés y uso adecuado, de la intuición, la paciencia y la apertura hacia lo inexplicable pero que podrían servir para conocer nuestros instintos más profundos.
La riqueza sensorial de la novela es uno de sus mayores logros, Segovia nos hace sentir el paisaje, los olores, los sonidos y las texturas de un México que parece detenido en el tiempo pero que está lleno de vida: “Estoy seguro de que en mis células llevo a mi mamá y a mi papá, pero también porto la lavanda, los azahares, las sábanas maternas, los pasos calculados de mi abuela, las nueces tostadas, el clunc del mosaico traidor, el azúcar a punto de caramelo, la leche quemada, las locas chicharras, los olores a madera antigua y los pisos de barro encerado. También estoy hecho de naranjas verdes, dulces o podridas; de miel de azahar y jalea real. Estoy hecho de cuanto esa época tocó mis sentidos y la parte de mi cerebro donde guardo mis recuerdos”. Esta evocación, un recurso literario tan hermoso, nos muestra la manifestación de una memoria viva que se resiste a ser borrada por la historia oficial o por el olvido.
El estilo de Segovia, formado en la Universidad de Monterrey y enriquecido por su experiencia en comunicación, guiones teatrales y discursos políticos, se traduce en una narrativa que es a la vez accesible y profunda. Su prosa evita los enredos innecesarios, concentrándose en lo esencial para construir personajes y situaciones que permanecen en la mente mucho después de haber cerrado el libro. La autora ha confesado que escribe guiada por una “brújula” interna, una intuición que se alimenta de una rigurosa documentación histórica, lo que les otorga a sus textos una autenticidad evidente.
La novela también aborda temas universales como la pérdida, el amor, la esperanza y la búsqueda de sentido en medio del caos. La Revolución Mexicana, con sus traiciones y balaceras, es el telón de fondo que da forma a las vidas de los Morales y de Simonopio, pero no las define completamente. La historia humana que Segovia narra es compleja y matizada, llena de silencios, de miradas y de gestos que hablan más que las palabras. El demostrar lo valioso que es nuestro tiempo y la importancia de la comunicación profunda se muestra con fuerza en casi cada página. Un ejemplo de esto es cuando Carmen y Consuelo, hijas de los Morales, sufren por el fallecimiento de Lupita, la joven lavandera, “…entendiendo por primera vez quizá, y de primera mano, el verdadero significado de la muerte: que no hay marcha atrás y que lo que no se dijo a tiempo, jamás se dirá”; arrepentidas de no haber apreciado lo suficiente a una gran mujer.
Además, la relación entre Simonopio y las abejas es un hilo conductor que simboliza la conexión entre el hombre y la naturaleza, entre lo visible y lo invisible, entre el dolor y la esperanza. Las abejas, con su murmullo constante, parecen proteger secretos y ofrecer una guía silenciosa, una metáfora de la sabiduría que se susurra a través de experiencias. La paciencia y el respeto hacia los ritmos naturales son valores que Segovia exalta, como cuando Francisco Morales le dice a Simonopio que las abejas se abrirían a su propio tiempo y que no hay prisa para entenderlas o controlarlas.
El impacto de El murmullo de las abejas ha sido notable mundialmente, ya que su obra ha sido difundida ampliamente al ser traducida en 22 idiomas, ha recibido elogios por su capacidad para combinar la historia con la literatura, la crítica social con la ternura, y la realidad con el misterio. Segovia ha logrado el reconocimiento merecido y una voz propia que dialoga con la tradición literaria latinoamericana sin perder su originalidad.
Leer esta novela es dejarse llevar por una corriente de emociones y reflexiones que nos invitan a reconsiderar la forma en que entendemos el tiempo, la naturaleza y la humanidad. Nuestros cuerpos se animan a escuchar con los sentidos y con el corazón, a valorar el silencio y el murmullo, a encontrar en lo pequeño y en lo aparentemente insignificante la grandeza de la vida. Como lectores, es como si se nos permitiera habitar un lugar donde la magia y la realidad se confunden para revelarnos verdades profundas de la vida.
En definitiva, Sofía Segovia, con El murmullo de las abejas, nos entrega un canto a la vida en todas sus dimensiones, escrita con la madurez y la sensibilidad de una autora que posee una voz literaria que promete eternizar. Como ella misma sugiere a través de sus personajes, la vida no da garantías, pero a veces sí ofrece regalos; y este libro es, sin duda, uno de esos regalos que permanecen en el alma mucho después de haber sido leído. Quizá la última palabra la deba tener el murmullo mismo, ese susurro que nos recuerda que en la escucha atenta y en la paciencia vive la clave para entender no solo la novela, sino también la compleja y hermosa trama de la existencia humana.