La palabra que mejor define lo que ya no existe

Título que formará parte del Fondo Eduardo Zambrano. Fotografía de Nancy Lucio.

Por Eduardo Zambrano

Desde el pasado 22 de octubre a Julia Uceda (1925-2024), poeta española perteneciente a la generación del 50, se le recuerda por el centenario de su natalicio. Con su primera publicación, Mariposa en cenizas (1959), se incorpora a la tradición poética de su país. Desde entonces, y con estos cuatro endecasílabos, la poeta se manifiesta en el arrojo de participar y hacer suyo el mundo, la vida, la luz que da sentido a su incansable mirada:

 

En ti la luz y el viento desatados.

En ti simiente, amor, oquedad, ala,

hermosura, ojos míos, voces, manos

para explicar, para tomar el mundo.

 

A los 37 años de edad aparece su segundo poemario, Extraña juventud (1962), donde se visualiza una sensible toma de conciencia y de madurez poética; pues en los versos que transcribo, es de notar que “La caída a la que se refiere en el título es una franca invitación a dejar el pasado para situarse en el aquí y en el ahora:

 

Hay que ir demoliendo,

poco a poco la sombra

que vemos. Que nos dieron.

Que nos dijeron «eres».

Hay que apretar las sienes

entre los dedos. Hay

que asentir a ese punto

—comienzo, duda o hueco—,

que yace dentro.

                         Y es preciso

que en una noche todo arda

—el «eres», el «seremos»—

y el terror polvoriento

nos muestre su estructura.

Es urgente bajarse

de los dioses. Tomar

el fuego entre las manos.

Destruir esos «yo» que nos presentan

una hilera de sombras agotadas.

Y dejarse caer sobre el principio

de la vida. O del sueño.

Ser solamente vida

presente. Sin recuerdo

de ayer ni de mañana.

 

Apenas unos años después, en 1965, Julia Uceda consigue viajar a los Estados Unidos para encontrar cobijo entre otros disidentes franquistas e instalarse en la cátedra hispana de la Universidad de Michigan. De ahí surgen los siguientes títulos: Sin mucha esperanza (1966) y Poemas de Cherry Lane (1968). Es de notar que para estas instancias el tono de la poeta ha cambiado, pues se ha vuelto más recogido en el murmullo, en las rutinas, en el diario vivir, que en una cultura tan distinta como la estadounidense, se llena de misterio. De su poema “Condenada al silencio”, van estos versos:

 

Nada más natural que estos paisajes

y esta luz en mi mesa y esta casa

-posible ya que se ha perdido todo-

y este extraño país en el que estoy.

 

Nada más natural que los nombres que oigo,

nada más natural que la nieve que cae,

la cama donde duermo,

los caminos que anduve…

 

Nada más natural. Nada más misterioso.

.

Lo nuevo es la costumbre.

Lo acostumbrado olvido.

¿Soy otra? ¿Soy la misma?

Y digo que me quiero

marchar.

Que el juego es sucio,

que yo nada comprendo y que no hay paraísos

terrestres ni celestes. Sólo noches y noches

y una lenta caída del insomnio a la nada:

desde un sueño a otro sueño.

Todo tan natural. Todo tan misterioso.

 

Como era de esperarse, y Julia Uceda no fue la excepción, a la muerte de Franco muchos volvieron a retomar la esperanza en España. En este caso la poeta andaluza lo manifiesta a través de su poemario Campanas de Sansueña (1977), donde a la par del entusiasmo que suscita el regreso a la patria, se constata que ya nada volverá a ser igual. En la Antología de la poesía española en la segunda mitad del siglo XX (2011), que editara la UNAM bajo el cuidado de Álvaro Salvador y Erika Martínez, aparece el siguiente poema:

 

El tiempo me recuerda

 

Recordar no es siempre regresar a lo que ha sido.

En la memoria hay algas que arrastran extrañas maravillas;

objetos que no nos pertenecen o que nunca flotaron.

La luz que recorre los abismos

ilumina años anteriores a mí, que no he vivido

pero recuerdo como ocurrido ayer.

Hacia mil novecientos

paseé por un parque que está en París -estaba-

envuelto por la bruma.

Mi traje tenía el mismo color de la niebla.

La luz era la misma de hoy

-setenta años después-

cuando la breve tormenta ha pasado

y a través de los cristales veo pasar la gente,

desde esta ventana tan cerca de las nubes.

En mis ojos parece llover

un tiempo que no es mío.

 

Para ese momento, cuando Julia Uceda vuelve a su tierra natal, a la raíz de sus recuerdos, y se encuentra extraña, toma entonces en Galicia la que será su residencia definitiva y desde ahí, con discreción, sigue su oficio de observar el mundo y de observarse a ella misma desde su memoria y su realidad.

A la vuelta del siglo se le reconoce con el Premio Nacional de Poesía (2003) y vuelve entonces con un poemario que desde el título hace referencia al desconcierto que los años traen consigo; la poeta ha cruzado los ochenta años y entra, literalmente y como se manifiesta en ese mismo título, a una “Zona desconocida”:

 

Siempre creo estar en otra escena

y encuentro mi lugar en la que ya he perdido. Y eso significa,

tal vez, que nunca estoy en parte alguna.

Y la que fui salía de aquel tiempo

donde quien fuiste ya no estaba.

 

Es de hacer notar, que este desconcierto ya referido, se trasmina hasta lo más íntimo de la escritora, sus palabras, las suyas, las que presiente apagadas ya en el oficio mismo de convocarlas, de darles (precisamente) un nombre, “Palabras (I)”:

 

Son palabras ya ajenas

recogidas por otro aire,

y en no sé qué otro ámbito,

pero sobre este libro que ahora ojeo,

tarde, y en la noche,

es como si vivieran. Quizá vivan aún.

¿Cómo ahora será quien las vertía

sobre papel que ya no reconozco?

Se acercan por los años aunque se fueran aviejando

desde que gotearan de una pluma,

y su brillo, apagado y lejano,

sabe a hoja amarilla.

¿Quién eres? ¿Cómo fuiste?

¿Qué frío establecía la distancia

entre palabra y corazón?

Y, sobre todo, me pregunto,

qué tinta, qué papel nunca escrito,

quemado por la espera, como toda esperanza,

fue a parar al rincón de los desechos

con aquella pureza, con tantos ideales.

 

Es curioso que en este entrar a una zona desconocida llena de preguntas, se encuentre (al final del túnel) una vitalidad que le emparenta, aun con sus obvias diferencias, a la Julia Uceda de su juventud. En su penúltimo libro: Hablando con un haya (2010), está claro que la esperanza se ha perdido y el tiempo incluso la ha humillado; siendo así la “Nada” que aflora en el poema es entonces una confesión amarga, dolorosa y punzante (notarlo en la brevedad de los versos) pero, paradójicamente, a los 85 años la confesión que ahora se transcribe está impulsada con una poderosa energía oscura:

 

Es ligero y pesa.

Es amorfo y redondo.

Se oye su silencio.

Se viste de ceniza.

Provoca el vómito.

Te olvida a olvidar

quién eres, qué buscabas.

Hace de tus palabras

inútiles sonidos. Se ríe

de tu inocencia. Escupe

en tu pasado y en tu fe.

Estremece su frío. Te empuja

a que huyas de ti. A esconderte

de tu pasado efémero,

a hacer inútil todo

esfuerzo por saber

en qué anaquel se encuentra el libro

que buscas. Al final

pisa el alma. Y lo sabes

cuando no puedes hacer nada

para borrarlo o redimirlo

y entonces te cuestionas

por qué viniste a un lugar tan raro,

por qué no puedes

regresar a la nada compasiva.

 

En las páginas finales donde se reúne esta poesía completa, puede leerse una visión muy personal, orientadora, que la misma Julia Uceda hace de su trabajo y donde, para cada libro, da pormenores de su proceso creativo, sus dudas, sus hallazgos, pero sobre todo el desconcierto donde se pregunta: “¿Somos lo que quisimos ser?” De su último poemario: Escritos en la corteza de los árboles (2013) se nos dice:

 

Tras el silencio que envuelve a lo ya dicho, en ‘Escritos’ no hay más remedio que decir lo que dicen que no existe, aunque los críticos lo mencionan frecuentemente: el tiempo. El tiempo como hueco, digo. O como las líneas de puntos luminosos y veloces en las autopistas… inexplicables… porque en esos huecos no hay otra cosa que un silencio extraño, aunque el silencio también diga.”

 

El concepto del tiempo como un hueco cargado de gravedad (al que se refiere) no es propio de la poesía, pero es quizá lo que nos permite seguir conversando con nuestros silencios, con esos espacios otrora visibles, con esos árboles que el tiempo va talando y cuyo follaje ya sólo existe en sus raíces sepultadas:

 

Si se tala un árbol

¿qué sienten sus raíces

perplejas

abandonadas a lo oscuro?

 

A poco tiempo de la muerte de Julia Uceda y a cien años de su natalicio, queda su legado poético que no es menor a otros de su generación, si acaso menos visible… porque la poeta se retiró de las luces del oficio y se refugió en su libertad interior, una libertad que le permitió encontrar la palabra que mejor define lo que no existe.

Subir