Por Aby Salazar
María miraba a través de la ventana, enfrascada en cómo la luz del sol bañaba las hojas de los árboles con un brillo tranquilo.
“Qué bello día para pasear”, pensó mientras le daba un sorbo al café. Pero no podía salir porque estaba esperando que llegara alguien y, si ella se iba, podía perdérselo.
—Mamá… —Escuchó la voz dulce e infantil de su hija. Esa voz tierna que tanto le gustaba. Desvió su mirada por un momento para mirarla, y notó que traía puesto ese vestido de princesa que nunca se quitaba —Tenemos que irnos…—Le dijo con esos ojos grandes y tristes.
—Claro linda, ahora voy…
La niña asintió y María volvió a mirar hacia la ventana.
El viento había arrancado unas cuantas hojas que caían bailando hacia el suelo y sonrió. Recordó cuando solía ir a bailar a ese lugar medio escondido en algún punto del centro junto con su amiga Luisa. Hace mucho tiempo que no la veía… “¿Qué habrá sido de ella?”, no podía recordarlo…
“Debería de llamarla”, se dijo mientras se pasaba las manos por la falda para estar más presentable. Sus manos aún se sentían suaves por la crema que se aplicaba todos los días sin falta.
—Mamá… —La voz de su hija volvió a sacarla de sus pensamientos — ya tengo que irme.
—Sí, hija, ya voy… —Le dijo para tranquilizarla antes de volver a echar otro vistazo hacia afuera. Era verdad, el sol estaba más brillante que antes; pero la idea de irse y que alguien llegara cuando ella no estuviera la inquietó…
Se distrajo cuando vio pasar a Romina con la bolsa del mercado y con su niño sostenido en el brazo que le quedaba libre… “¿Ya había nacido el niño? ¡Si hace tan solo unos días que ella le había contado que estaba embarazada!”
Tomó otro sorbo de su café mientras pensaba en qué debería de llevar como regalo para felicitarla; pero se fue tan pronto como el instante en el que notó que el café ya estaba tibio…
—Mamá… —era la voz de su hija una vez más, la reconoció, a pesar de que le sonó algo diferente, más distante…
—Lo sé, ya voy… —le volvió a decir, sin despegar la mirada de la ventana. Sí, tenía que irse, ya lo sabía. Comenzó a acariciar las puntas de su cabello y las observó un momento: estaban secas como ramas quebradas y ya se notaban unos cuantos cabellos plateados. Tal vez era hora de ir por un corte, algo más moderno, ponerle algo con más color, quizás… ¿Todavía estaría abierta la estética de Lety? Y de nuevo volvió a mirar a través de la ventana. La tarde estaba cayendo, era la hora en que toda la ciudad se pintaba dorada, esa hora cuando casi podías mirar al sol sin quedarte ciega en el intento. “¿Cuándo iba a llegar?”, ya se estaba haciendo tarde, “¿y si no llegaba hoy?” Seguramente iba a llegar pronto, pero tenía que esperar…
—Mamá, ya me voy… —escuchó de nuevo la voz de su hija, o al menos eso le pareció.
Esta vez María no dijo nada, sino que se inclinó para volver a tomar su taza de café entre las manos, dándose cuenta al envolver con sus dedos sobre ella que sus huesos le dolían un poco… Acercó con cuidado la taza a su boca y dio un sorbo, el café estaba frío…
Miró otra vez hacia la ventana y observó a la pequeña luna asomándose detrás de una casa oscura, la cual muy apenas era alumbrada por la luz mercurial, dándole un aspecto tenebroso a la calle… Se preguntó si alguien llegaría en la noche, “¿siquiera iba a llegar?”. Había esperado mucho tiempo para que viniera… “¿quién? o ¿acaso era un qué?”, María no podía recordarlo. Lo único que sabía es que debía de seguir esperando…
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Aby Salazar (Monterrey, Nuevo León, 1999). Es narradora, poeta y artista plástica. Estudió en la Universidad Autónoma de Nuevo León donde se formó en varios talleres de escritura creativa dentro de esta misma institución. Actualmente es maestra de pintura en Sanari. Centro de Desarrollo Artístico Integral.

