Por Eduardo Zambrano
Cuando hablamos del 2 de noviembre, el tradicional “día de muertos”, nos referimos a recordar y conmemorar (en un acto íntimo o público) a los seres queridos y más cercanos, que han partido a ese lugar común y tan descomunal que llamamos “el otro mundo”.
Ya sabemos que en México existe la ingeniosa tradición poética de las “calaveras literarias”, un tipo de poema que utiliza a la figura de la Muerte (como pretexto) para hacer un retrato caricaturesco de un individuo, sobre todo puntualizando los defectos de carácter y las malandanzas de aquella persona.
Otra tradición poética, sin duda más generalizada en todas las culturas, es la de darles una voz a los muertos para dar cuenta de mitos, leyendas, oscuras historias… o simplemente historias mundanas. Venga como ejemplo el libro Spoon River Anthology, del poeta norteamericano Edgar Lee Masters, y venga para recordarnos que, con un oído atento, los poetas pueden darles palabras (o dar la palabra) a esas voces, a esas figuras (hasta cierto punto fantasmales) que nos hablan desde el más allá.
Pues bien, en el libro que ahora nos ocupa (incluso inquieta) Las voces de los muertos* no vienen del más allá, de ultratumba, sino que salen de sus “fosas comunes” y de sus miserias existenciales para convivir con el mundo de los vivos, un mundo que paradójicamente aún —con la salud y facultades físicas visiblemente agotadas— les pertenece. Para Orlando González Esteva, gran poeta cubano del 52, en nuestros tiempos sobradamente geriátricos “el hombre rehúsa morir y lejos de salvarse muere más”.
Con su irónico y peculiar punto de vista, en las páginas iniciales de este libro se nos habla de un “deceso por entregas”, y el ingenio del escritor atento a su entorno, observa —no sin horror— a su comunidad de compatriotas en el exilio, que ahora muere no solamente por causa de la edad que la atropella sin misericordia, sino porque ha muerto la esperanza, también envejecida, de regresar a Cuba. Luego de estas observaciones aclaratorias, el cuadro que se nos presenta es tremendo:
HAY UN CUERPO DE PAPEL
Hay un cuerpo de papel
cebolla con los huesitos
mezclados como palitos
chinos que juegan con él.
Un cuerpo bajo el dintel
de una puerta que convida
a una paz desconocida
donde, al no haber más veredas,
la sabia silla de ruedas
lo volcará en otra vida.
Hay que agradecer a Orlando la fidelidad a las formas clásicas y al rigor de la métrica con un fino oído. Otro punto importante, el humor se cuela muchas veces por estos versos, por entre estos muertos donde también hay un gesto de sorna y desamparo:
Y DE REPENTE TODOS FUIMOS VIEJOS
Y de repente todos fuimos viejos
El futuro fue cosa del pasado
y el presente, un señor desaliñado
con la mirada fija, siempre lejos.
Y de repente todos los espejos
-incluido el sinuoso bronceado
de las jóvenes- fueron demasiado
crueles para empañar nuestros reflejos.
Quien no era una sombra de sí mismo
era un destartalado mecanismo
que a duras penas rezongaba a ratos.
El que no se enfermaba se moría,
y el que resucitaba cualquier día
lo celebraba haciendo garabatos.
De vuelta a la Esquela que precede a estos poemas (poco menos de cuarenta), el poeta cubano lo deja en claro: todos estos versos son frutos de una experiencia colectiva del exilio, la ancianidad y la muerte. Orlando, que ya cruza los 70 años, siente y confiesa una Necesidad de reposo en este bellísimo texto:
Necesidad de reposo,
única necesidad
justificada a tu edad.
Y sin embargo qué hermoso
el insobornable acoso
de la belleza qué pasa
y te devuelve una brasa
de ti mismo, una sonrisa
oculta entre la ceniza
del siniestro que te arrasa.
Ahora encamino este apunte hacia una pregunta obligada: Las voces de los muertos, ¿qué nos dicen o quieren recordarnos?
Uno: la ya citada “muerte por entregas” que se ostenta en la decrepitud y en una supuesta “calidad de vida”, tan absurda como malograda.
Dos: que el poeta Orlando González Esteva, que se sabe testigo de esta tragedia entre amistades y en su propia familia, la presiente ya, en sus propias fatigas.
Y tres: algo que nos implica a todos, que el paso del tiempo termina por hacernos ver lo que por años nos negamos a ver en el espejo:
QUÉ SERÁ DE LA MUJER
¿Qué será de la mujer
que se miraba al espejo
y en lugar de su reflejo
veía el anochecer?
Era difícil no ser
sino aquella oscuridad
que evaporaba su edad,
aquel borrón hecho a mano
con el que un Dios casi humano
mataba Su soledad.
Más allá de estas tres instancias que se citaron líneas arriba, el poemario también salvaguarda versos personalísimos del autor, líneas donde no se trata de compartir algo, sino de encontrar refugio, un decirse a sí mismo y saberse a salvo, a pesar de que “Los regresos / que alguna vez soñamos son despojos”.
En México, la tradición de recordar a nuestros muertos ha trascendido al mundo por sus peculiaridades en los espacios públicos, en los cementerios, pero no menos importante es la tradición del altar de muertos en cada una de nuestras casas; para Orlando, aquella casa de la infancia no sólo es motivo de añoranza, también visualiza ahí su propio altar de muerto:
LA CASA DE MI INFANCIA NO ESTÁ AFUERA
La casa de mi infancia no está afuera
sino dentro de mí, sobreentendida:
tiene el tamaño justo de mi vida
y tendrá el de mi suerte cuando muera.
La casa de mi infancia es la manera
en que escribo: no tiene otra salida
ni otra entrada. El tiempo que la cuida
trasciende, aun en otoño, a primavera.
No tiene más puntal que mi persona
ausente y, como ella, juguetona,
mas triste en lo profundo. Los regresos
que alguna vez soñamos son despojos.
No tengo más ventanas que sus ojos.
No tiene más familia que mis huesos.
Está claro que hay una fecha (el 2 de noviembre) para tener en cuenta y volvernos para conversar con nuestros seres queridos, los que se han marchado de este mundo y de nuestras vidas; sin embargo, para muchos (y no en pocas instancias) esto es apenas un cumplido, pues en realidad la relación con familiares y amigos que han muerto es cosa de todos los días, un salvoconducto que nos reconforta:
A Manuel J. Santayana
Las voces de los muertos,
esas voces que escuchas a diario,
son residuos del tiempo
que viviste y aún no ha caducado.
Gracias a ellas,
el presente no es sólo hostigamiento;
ni el futuro, extrañeza.
No deja de ser curioso que este poema (tan obvio al título que nos ocupa) aparezca no en las páginas de este libro, sino en otro publicado posteriormente: El parlanchín extraviado (Artes de México, 2024); pero más allá de ociosas conjeturas, lo que está claro es que las voces de los muertos son para González Esteva, paradójicamente, un asunto de vida, y gracias a ellas sigue siendo fiel a una tradición poética que desde Cuba, aguza el oído para luego compartir su poesía, tan generosa en musicalidad como en imágenes, a nuestra realidad. Hace ya tiempo que Octavio Paz lo refirió como dueño de “Una música tradicional y muy nueva en la que lo antiguo se alía a lo insólito.” Por fortuna, hasta hoy, no han cambiado mucho las cosas, o mejor aún, se han venido destilando en una obra que en el rigor, ha encontrado la mejor forma de expresarse.
Unos últimos apuntes y coincidencias del libro.
En el poema Colillas, aparece la figura paterna y, con ella, el consentimiento de una persona de matarse lentamente, presa de una obstinación, rayana en lo absurdo: la obstinación de fumar. Viví esa experiencia con mi propio padre.
Las imágenes de todas esas colillas que el fumador acumula a su alrededor y a nuestro alrededor, Orlando las reproduce poéticamente en ocho haikus, pequeñeces, como aquellas colillas que fueron consumiéndose y quedando en nuestra memoria:
Mi padre fuma
demasiado. La muerte
le sabe a Cuba.
*
El cenicero
de mi padre desborda
mis pensamientos.
*
Inútil nicho.
Los restos de mi padre
somos sus hijos.
Comencé este apunte, recordando la fecha señalada en el calendario para el “Día de Muertos”; termino con dos de los versos, alejandrinos, que cierran el libro y son parte de esta cultura de conversar con nuestros muertos. La recomendación del poeta al referirse a los nombres de los difuntos es un llamado, pero también una toma de conciencia:
Hay que decirlos como si anduvieran por casa
y uno fuera otro muerto que los necesitara.
Adenda.
QUIÉN GRITA TANTO HIJO MÍO
‘¿Quién grita tanto, hijo mío,
a estas horas de la noche?’
Son los pensamientos, madre,
los pensamientos insomnes.
‘¿Los pensamientos de quiénes?’
Los de todos esos hombres
y mujeres que no fuimos
y somos, cuando se rompen.
‘Nadie los manda callar.’
Los pensamientos dan voces
que sólo escuchan los muertos
como tú y yo esta noche.
* (Ediciones de la Isla de Siltolá, España, 2016)
Otros títulos de Orlando González Esteva en la Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria de la UANL:
La juventud del azar (Pre-Textos, 2024); El parlanchín extraviado (Artes de México, 2024); Los ojos de Adán (Pre-Textos, 2012); ¿Qué edad cumple la luz esta mañana? (FCE, 2008); La noche y los suyos (Ediciones del Ermitaño, 2005); Casa de todos (Pre-Textos, 2005); Elogio del garabato (Pre-Textos, 2004); Mi vida con los delfines (Trilce ediciones, 1998).

