Ecos de La Onda

Títulos disponibles en la Sala de Literatura.

Por Guillermo Lozano Flores

Se conoce a los entonces muchachos de La literatura de La Onda como los herederos directos a la mexicana de Los Beatniks, de Los Hippies y de una literatura fresca porque era joven entre la década de los sesenta del siglo XX cuando, por ejemplo, los del Boom ya transitaban su madurez experimental. Pero, salvo por el toque existencialista entorno a la insensibilidad psico-emocional de “Gabriel”, personaje principal de la novela clásica de clásicas ondera La Tumba, de José Agustín –quien reconoce a los existencialistas como sus influencias literarias– , pensaría en los grupos de amigos de Gazapo, la icónica novela de Gustavo Sáenz; en los protagonistas de algunos cuentos de El Rey Criollo, de Parménides García Saldaña; y en los mismos personajes jóvenes y esnobistas de la mencionada novela de José Agustín, no sólo con síntomas personificados de las generaciones que “no encuentran satisfacción”, sino simple y llanamente como caracteres sintomáticos de casi cualquier joven adolecedor de su tiempo; y más, sin actitudes tan histriónicas como las que les adjudica Agustín –quien  era muy joven cuando escribió la que fuera su primera novela– como post-adolecentes naturalmente hedonistas, eróticos, agresivos, infinitamente narcisos y egocéntricos, y desesperadamente ingenuos; como lo puede ser casi cualquier joven de las sociedades urbanizadas a sus veinte años transitando aquel momento de nuestras vidas.

Quizá por eso, a Carlos Velázquez, el prologador de la edición de Random House del 2014, le recordó a su vez a su generación juvenil (y la mía). Y tal vez por eso mismo cuando la leí al final de la carrera de Letras Españolas, mientras nos empapábamos de la experimental literatura del siglo XX mexicana y mundial, en mis últimos años de juventud, es decir, a la mitad de mis veintes durante los primeros años del año dos mil, me pareció fascinante.

De hecho, siempre buscando un touch crítico desde la cultura pop, aún procuro esa frescura literaria prácticamente en todos mis escritos, cual melómano de corazón Rollingstonero y Beatleano que soy: eternamente joven, aunque mi apariencia sea la de un señor medio vetusto de saco, sombrerito y lentes –no dudo que de bastón al final de mis días–, pero eso sí: siempre alegre gracias a toda aquella gran música de rock.

En fin, la cosa es que treinta años después de aquella intensísima experiencia lectora y de reclutar y regalar varias ediciones de La Tumba de entre mi colección biblio-discográfica personal, me queda claro, más allá de lo consabido sobre esta literatura, que nada había de especial, salvo encausar jóvenes hacia el infinito universo literario de manera iniciática y dejar huella de que, a pesar de los años de brutal represión en México, hay y desde entonces habrá siempre literatura fresca que sobrevive y que, aún a nuestros días, seguirá siendo escrita y premiada con toda la influencia ondera; aunque mi generación juvenil haya quedado marcada por un hedonismo aún más monstruoso que el de los jóvenes de los años sesenta y setenta del siglo XX y por muertes más prematuras perpetradas por las nuevas drogas sintéticas y por los capos y dealers de la droga, que los matan antes de siquiera ser conocidos.

De las esclavizantes tecnologías y la música nueva impuestas a nivel mundial y en Latinoamérica para los jóvenes, ya mejor no digo nada, salvo que, en los países y ciudades hispanoparlantes de este lado del Océano Pacífico, también refleja ese estado de cosas.

Y sobre qué ha opinado Juan Villoro –infrarrealista contemporáneo a los onderos y otra de mis influencias literarias– acerca de sus coetáneos, no he sabido nada. Pero he encontrado resquicios de que también escribió de rocanrol, bateristas y chavos pirados. Xavier Velasco ha escrito que sobrevivió a la cultura de masas y José Eugenio Sánchez que ser revolucionario subterráneo y solitario a nuestros días es una ingratitud; que no nos queda más que cierto humor hilarante y underclown de aquella estela de drogas y desmadre; de cuando las dictaduras de Latinoamérica y los asesinos de pacifistas y estudiantes sólo perpetraron lo que John Lennon predijo después de que rompieran Los Beatles y del llamado “Verano de París”: que el sueño había terminado.

Acaso queden aún todas las grandes canciones de la época del jazz hípster, el jipismo y la psicodelia y que alguien ha dicho que, de los Onderos, Luis Zapata ha sido el único con espíritu crítico:   

“En el México de los años sesenta hubo un multitudinario cuento de hadas soñado por muchedumbres rocanroleras en la radio, la televisión, el cine, los discos, las revistas…el país se sentía urbano, adinerado y fresa. Tenía su novedad adolescente y su novia de México…”.[1]

Pero así nació a nivel mundial la industria de la juventud, pues la realidad del mexicano promedio no era como en las películas de rocanrol, sino más burdamente imitativa, pobre, sórdida, católica y represiva. Por eso a los caracteres onderos no les salían las cosas con las nenas como a James Dean, a Marlon Brando o a Elvis Presley; ni siquiera, a pesar de la furia contenida, se igualaban al tosco romance entre Dora y Gabriel, personajes principales de La Tumba.

El estilo discursivo literario ante tal contradicción social mediatizada tiene que ser la voz paródica, como ocurre en los poemas de Jack Bonner and the rebelión, de José Eugenio Sánchez; aunque sea un ondero y jipioso desubicado temporalmente y auto-denominado mejor “underclown”, apenas publicando de los años ochenta del siglo pasado para acá. O como se prologa que ocurre en la novela La Hermana secreta de Angélica María, de Luis Zapata; único asomo de crítica –desde el discurso paródico– de los años del desmadre que se holliwoodizó de inmediato a nivel mundial.

Bueno, acá en México lo retomaron los de Rock en tu idioma, Univisión Latinoamérica y Televisa para infantilizarlo, romatizarlo y sobretodo hacerlo divertido y taquillero. La Banda Timbiriche aún anda de gira con Vaselina, melodrama amoroso basado en una popular película homónima que protagonizó John Travolta en 1978, de entradas teatrales, histriónicas y de escándalo por sus inaccesibles precios para la mayoría de los mexicanos.

Quizá entonces no haya sido casualidad que Angélica María, “La novia de México” y la actriz y cantante más popular y sexy de aquellos tiempos, haya sido novia por un rato y se fuese de rocanrol con el mismísimo jefazo de La Onda, Don José Agustín, quien dejó este plano vital en el 2024 para mejor irse a rocanrolear a otro espacio aún más divertido. Allá donde lo esperaban sus compitas Parménides García Saldaña, Carlos Martínez Rentería y todo el Club de los 27, para seguir escuchando toda esa gran música que de tan gozosa alegre y dionisiaca, nos ha puesto a escribir a muchos. Yo hasta me aventé una tesis de maestría sobre el tema en el 2011. “–Ya le quitaste lo divertido a El Tri y a Café Tacuba…”, me dijo a guiso de amorosa broma la Doctora Lupita Bulnes, una de mis más queridas maestras de aquel tiempo.   


[1] Zapata, Luis (1989) La hermana secreta de Angélica María. Cal y Arena (passim).

Subir